Con la bancarrota y el posible desmantelamiento del banco Dexia, hemos llegado al corazón de la crisis financiera que atraviesa Europa, y gran parte del mundo. Ya no se trata de las periferias irlandesa, griega o portuguesa. Dexia, como Lehman Brothers hace tres años, es emblemática de la forma, muy deficiente, con la cual funciona el sistema bancario y sobre la cual ya se ha escrito mucho. Pero sus problemas calan aún más hondo.

 

De nacionalidad belga-franco-luxemburguesa, Dexia se sitúa en el corazón mismo de la Unión Europea. Desde su primera bancarrota en 2008, es propiedad compartida de los tres gobiernos, que forman parte de los seis países fundadores de la Unión Europea, donde se encuentran las mayores instituciones europeas y que idearon el Euro (el Banco Central Europeo sigue dirigido por el francés Jean Claude Trichet mientras los gobiernos que comparten la moneda única se reúnen bajo el liderazgo del primer ministro luxemburgués Claude Junciera).

 

No en balde, el presidente permanente de los gobiernos de la Unión, el ex primer ministro de la misma Bélgica, pospuso por primera vez una Cumbre europea ante la complejidad y la relevancia del plan de rescate a Grecia, conejito de india para la masiva operación de recapitalización de los bancos europeos que se avecina.

 

Dexia ejemplifica perfectamente los tres grupos de problemas que condujeron a la actual crisis financiera europea; el manejo perverso de los bancos y del sistema financiero en general, la mezcla de ineptitud e impotencia que caracterizó la acción de los políticos europeos una vez detonada la crisis, y por último, la Unión Económica y Monetaria incompleta y mal implementada entre los diecisiete países que compartiendo una moneda e instituciones políticas, deberían también compartir un proyecto común.

 

La crisis actual no se puede achacar a la existencia del Euro. Tampoco es una crisis de la idea europea. Sin embargo, resulta triste que en una encrucijada tan decisiva como la que vive Europa, la Unión se revele más como un lastre que como una ayuda. La Unión monetaria estuvo desde el principio incompleta, sin sus vertientes fiscales, presupuestarias y también sociales. Europa, como en realidad Estados Unidos o México, no es en teoría una zona monetaria óptima.

 

Sólo lo puede ser con una política fiscal común y transferencias masivas de presupuesto de las zonas más ricas del centro, a las más desfavorecidas de la periferia. El único instrumento de gestión de la zona era un conjunto de lineamientos estrictos de buen manejo monetario anti-inflacionista proveniente del método que fue exitoso en Alemania. Pero este método no funciona en otros países, ni siquiera en Bélgica y Francia.

 

Por si fuera poco, estas reglas nunca fueron respetadas. Desde un principio, no solamente Grecia falsificó sus estadísticas macroeconómicas. Alemania, Francia y sobre todo Bélgica nunca cumplieron con las reglas presupuestarias impuestas para ser miembros de la zona euro. A Alemania y Francia se les perdonaron una y otra vez sus incumplimientos. ¿Porque en estas condiciones tendrían Bélgica y Grecia, enfrentadas a más problemas políticos, que ser alumnos más perfectos que sus maestros?

 

Repitamos, la crisis financiera actual no es una crisis de la zona euro, ni una crisis económica. Las principales economías europeas, Alemania, Francia, los Países Bajos y Luxemburgo, pero también Bélgica o Italia, permanecen sólidas y competitivas. Si sus dirigentes, en primer lugar Angela Merkel y Nicolás Sarkozy se muestran a la altura del desafío – no lo han hecho hasta ahora- , el viejo continente podrá salir reforzado de esta severa llamada de atención. ¿O habrá que esperar que los electores los expulsen del poder?

 

*Investigador en el departamento de Estudios Internacionales del ITAM