En 12 años los mexicanos nos dimos cuenta de qué está hecho el Partido Acción Nacional. Atestiguamos cómo desde la Presidencia de la República dejó pasar -dolosamente o por ineptitud, las dos razones son igualmente dramáticas- la oportunidad histórica de poner a México en la ruta del desarrollo.

 

A dos sexenios de distancia el Partido Revolucionario Institucional regresó al poder con una habilidad incuestionable para operar políticamente y hacer que las cosas sucedan, aunque eso no necesariamente signifique progreso y mayor competitividad internacional, pero mucho más fortalecido que hace 12 años.

 

La razón de ese fortalecimiento es que demostró a la ciudadanía que el PAN no es opción de Gobierno. En su momento la administración de Vicente Fox mostró una impericia obscena para operar políticamente, incluso con un Congreso a modo, pero sobre todo hizo gala de una habilidad notable para solapar diversos actos de corrupción de proporciones abominables.

 

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Más adelante el Gobierno de Felipe Calderón declaró la guerra al crimen organizado, es decir el Estado Mexicano envió a las fuerzas armadas a combatir al producto terminado de la corrupción e impunidad heredados por los regímenes anteriores. El resultado: un país violento, con un nivel espeluznante de homicidios que ahuyenta la inversión, el turismo y, por obvias razones, la competitividad y el bienestar social.

 

En ambos sexenios no hubo ningún cambio trascendente para bien del país, la reputación de México y de su política exterior hizo agua.

 

Pero desde hace dos años un renovado PRI toma las riendas del país y salen las famosas reformas estructurales. Se logra establecer nuevos marcos legales para los sectores educativo, fiscal, energético, telecomunicaciones y financiero, entre otros.

 

Independientemente de que hayan sido o no los cambios que requiere la evolución del país, las reformas se dieron en dos años, cosa que el PAN no logró en 12.

 

El Partido de la Revolución Democrática se cuece aparte, durante los últimos 14 años (12 del PAN y dos del PRI) el peor enemigo del PRD ha sido el PRD. Un partido de izquierda que nació con fundamentos de oposición seria y que ahora luce trasnochada, anacrónica y dividida.

 

Un partido que le ha demostrado al país sus ineficiencias, limitaciones, corruptelas y colusiones administrando el Distrito Federal; un partido donde una corriente (tribu) descalifica, ataca y balconea a otra de una manera baja, abyecta… corriente pues.

 

Durante los 12 años de administración panista la clase política constató que las formas de protesta y queja de la población son “descafeinadas”, o si se prefiere “light”, en un escenario donde no existen personajes congruentes que enarbolen un verdadero movimiento de izquierda basado en principios progresistas, modernos, alejados del populismo.

 

Durante esta historia reciente del país hay un común denominador: la corrupción. Esa actividad que para muchos es el aceite que lubrica los “engranes de la maquinaria”, para otros un asunto cultural y para otros un asunto que sólo fue importante en épocas de Luis Echeverría, José López Portillo, Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari.

 

Me parece que la corrupción de hoy es la misma. Se sigue llamando igual: corrupción. No hay corrupción menor o peor. Si es en euros, dólares, pesos o en centavos es corrupción. Y para el caso es un asunto que evidencia que México sigue siendo el mismo: un país donde unos cuantos ejercen la política del abuso y el exceso en perjuicio de las mayorías.

 

Un país donde la mayoría lee en los medios evidencias de que funcionarios públicos cargan al erario aviones que cuestan una millonada, o líderes sindicales que además de ser senadores ostentan yates, propiedades y autos de lujo (y mal gusto)… y a pesar de ello, la mayoría es indolente, apática, si acaso… 140 caracteres cargados de vituperios.

 

Sí, no importa si se trata de la corrupción de la década de 1960, 1970, 1980, 1990 o del nuevo milenio. Es una misma y tiene una cómplice: la impunidad, esa conveniente compañera cuyos poderes anticoagulantes hacen posible el abrir heridas que desangran al país.