Construir significa perderse, dominar un material y demostrarle quien manda. Quien se vuelve creador juega explorando partes muy viscerales del ser, jugar nos remite al instinto infantil de conocerlo todo por primera vez y al mismo tiempo de reformar aquello que encontramos, al transformarnos con el juego y dentro de él hay un mundo que nos espera y nosotros somos quienes le damos forma.

 

Tengo 27 años y nunca he dejado de imaginar. La realidad -por más tangible que se presenta- a veces necesita ponerse al servicio de la fantasía. La infancia se vive entre dos vertientes: lo que imaginamos del mundo, y lo que vemos y tocamos. No es casualidad que los juegos que más recordamos de nuestra niñez sean aquellos en los que los relatos se crearon en los márgenes de nuestra mente, en las fronteras entre lo que vemos en nuestra cabeza y lo que podemos construir.
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La búsqueda de replicar la experiencia infantil del juego nunca se va, los últimos años me he perdido cientos de horas en el mundo virgen y versátil de Minecraft, un videojuego de aventura y construcción creado por Mojang donde el personaje principal es la creatividad del jugador.

 

En el juego, un mundo construido por bloques puede ser formado y destruido de cualquier manera con los materiales y reglas que se presentan; me he encontrado entonces construyendo fortalezas, escarbando las montañas, imaginando esculturas inmensas, haciendo arquitectura dentro de un mundo virtual; la realidad es que ya lo había hecho antes, años atrás escarbando entre piezas de plástico, ya que sólo conozco un juego que alguna vez me causó un sentimiento parecido y no es casualidad que se les relacione tan íntimamente: LEGO.

 

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Armar y desarmar; actividades primordiales del acto creativo. Tomar unas piezas, colocarlas sobre otras y con ellas formar algo mayor a la suma de sus partes, eso eso construir. Vivimos imaginándonos cómo los grandes artífices de nuestra propia vida, los encargados de apilar las suficientes piezas para construirnos un refugio al que llamamos legado. Caminamos por este mundo construyendo o destruyendo, pocos pueden decir que su paso por este camino ha dejado todo exactamente como estaba, sin alteraciones. Seamos sinceros, el ser humano es constructor nato, la euforia en el ego que produce observar lo construido es señal de nuestra necesidad a marcar un hito en este mundo, uno con nuestro nombre y nuestra mente impresos, algo que perdure cuando nosotros no estemos.

 

La asignatura fue escribir sobre la infancia y los juguetes Lego. Esta edición no quiero hablar técnicamente de un tema específico, sino que, como parte del experimento, planeo ir construyendo este discurso pieza tras pieza, el acto de crear uniendo módulos mínimos hasta obtener un objeto con un nombre, forma y función se vuelve irrelevante cuando tenemos frente a nosotros una cubeta llena de posibles, de objetos por imaginar.

 

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Cuando era niño nunca tuve un Lego armado como decía en la caja más de un par de semana, no me interesaba tener una estación de bomberos o un castillo medieval diseñados por alguien esperando a que yo jugara las líneas narrativas que ellos habían marcado para mi; no, estos juguetes siempre fueron mucho más que la imagen de la caja, el ímpetu destructor del infante que ve bajo sus manos el destino de una sociedad de plástico era más atractivo, muchas veces construí para ver caer, inventando historias perdidas que hoy descansan detrás de quien se formó a partir de esos juegos. Recuerdo entonces volverme fanático de ciertas piezas clave más que a un set completo, aquellas que remitían a crear historias más versátiles que otras.

 

Romper el espacio para dividirlo en sus elementos mínimos lleva detrás un fuerte trabajo de reflexión, no es fácil desfragmentar un mundo que vive tan armado frente a nuestros ojos; siendo prácticos, todos y todo estamos formados por la unión de pequeños fragmentos, tanto en LEGO como en Minecraft se vuelve tan fácil.  Con Lego hemos construido estructuras fuertes y resistentes que libran claros como puentes, seres abominables que amenazan con destruir el universo y todo es construir, extendiendo nuestras manos, volviéndolas plásticas. Construir y hacer tuyas las tres dimensiones se vuelve una explosión de imaginación, todo se puede crear mientras tengas un proyecto, tiempo libre y ganas de traducir tu mente en volúmenes.