Con la muerte de Fidel Castro se abre una gigantesca interrogante imaginaria en el horizonte y las apuestas están divididas entre quienes creen que se avecinan inminentes cambios democráticos y políticos que podrían provocar una revolución del tamaño de la ocurrida en 1959 en la isla y quienes estiman que las cosas seguirán igual que antes, con un proceso lento de transformaciones hacia el capitalismo, pero con una permanencia del esquema autoritario vigente.

 

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En realidad todavía es muy temprano para predecir si la desaparición física del hombre que depuso, con un puñado de “barbudos”, la dictadura de Fulgencio Batista para instaurar otra peor que aquella podría marcar un período de abruptas modificaciones en el entorno político, económico y social de más de 11 millones de personas.

 

Cuba se venía preparando, desde hace una década, para el caso de que Fidel desapareciera físicamente, como era previsible según las leyes de la biología, por lo que en 2006 le cedió prácticamente todos sus cargos a su hermano menor Raúl.

 

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Éste, por supuesto, ya no tiene otro hermano menor a quien heredarle el puesto, por lo que lo que sí podría ocurrir es que se inyectara “sangre nueva” a las venas del aparato gubernamental cubano, aunque esta nueva generación tendrá que compartir la ideología conservadora en lo político y un poco liberal en lo económico, con un Ejército fuerte como garantía de la permanencia del “statu quo”.

 

Especialistas piensan que algunos pequeños cambios sí podrían operarse en el futuro inmediato, pues a Raúl no le queda mucho tiempo, ya que anunció que se retiraría en 2018.

 

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Para empezar, ya no tendrá el “freno de mano” o la cuña que lo apretaba cada vez que debía tomar una decisión importante en especial en materia de cambios económicos, sobre todo ahora que Venezuela redujo en 40% los suministros petroleros con los que Cuba se mantenía a flote.

 

Apenas, a fines de septiembre pasado, Raúl Castro pidió “más ahorro y más sacrificios” ante una “coyuntura económica especial”, planteada por la reducción de los suministros energéticos y la falta de fuentes propias de energía. The New York Times hizo tras la muerte de Fidel, un ejercicio de medición del ambiente social en las calles de La Habana y reveló que realmente la mayoría de jóvenes tomaron con indiferencia el acontecimiento y sólo les parecía una figura decorativa muy presente en las conversaciones de sus padres y abuelos en las sobremesas familiares.

 

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La muerte del Caballo, como se conocía popularmente a Fidel, cala muy hondo quizá en los cubanos que vivieron la revolución o los que sufrieron sus penurias, pero no en los que ahora lo único que les importa es emigrar, poder hallar un empleo donde se pueda ganar en dólares o tener servicio ilimitado de Internet en sus propias viviendas.

 

Pensar que las cosas cambiarán “de la noche a la mañana” sería ser demasiado ingenuo, pero creer que todo seguirá como en los tiempos de Fidel es igualmente engañoso.

 

La presión interna en Cuba irá en aumento, porque hay una percepción entre los cubanos de a pie que con la salida de escena de Fidel ya no hay pretextos para que el gobierno adopte reformas para mejorar la economía del país.

 

El futuro, sin embargo, se perfila incierto para la mayoría de los cubanos que ilusamente creen, tal vez, que la ausencia de Fidel les ayudará a salir de sus precarias condiciones.

 

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Algunos creen que el modelo a seguir será Vietnam,el Doi Moi o Transformación Multifacética, que incluye cambios modestos en lo económico, pero un rígido control interno de partido único al estilo de China.

 

El tiempo, que ahora transcurrirá más rápido que antes en la Mayor de las Antillas, dirá por dónde se decanta Raúl Castro y su corte de aliados.