En la edición catalana del periódico El País del pasado viernes apareció un texto de opinión firmado por Can Dündar, director del periódico turco Cumhuriyet. Dündar se encuentra en la cárcel desde el pasado 26 de noviembre por revelar “un secreto de Estado”. El periodista detalla tal secreto: “El hecho que causó mi detención precisamente tuvo que ver con esta disputa: el Estado –a espaldas de su propio público y del Parlamento– estaba cometiendo un acto ilegal y enviaba armas a Siria por medios ilícitos”.

 

“Finalmente, (Recep Tayyip Erdogan) fue atrapado in fraganti. Publicamos las imágenes del servicio de inteligencia que prueban ese envío. El gobierno no pudo refutar la noticia que publicamos. Pero el presidente Erdogan nos amenazó diciendo: ‘Van a pagar por ello’”.

 

No es nueva la actitud intolerante del presidente turco hacia sus críticos. Hace un mes ordenó la detención de 18 académicos por haber firmado un manifiesto con el que revelan su desacuerdo con su política anti kurda. Recordemos que durante los últimos cuatro meses han muerto centenas de personas a raíz del restablecimiento del conflicto entre fuerzas del Estado con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK).

 

Erdogan etiqueta a los académicos como “traidores” y “quintacolumnistas”. Pero también lo hace con sus rivales de izquierda pro kurda: “cómplices de los terroristas”. A socialdemócratas los considera “aliados de los terroristas”, y a quienes marchan por las calles los llama “ateos” y “saqueadores”.

 

Hace tres años decidió desconectar YouTube simplemente por unos audios en los que aparecía su voz y la de uno de sus hijos en lo que parecía ser una trama de corrupción.

 

Por lo anterior, entre muchos otros casos, resulta insólita la manera en que la Unión Europea y Estados Unidos consienten al gobierno del sultán Erdogan, sabiendo que su lucha frontal no es contra el Estado Islámico sino contra los kurdos. ¿Cómo pueden incluir a Turquía en su alianza en contra de los terroristas yihadistas si Erdogan le compra petróleo al Estado Islámico? ¿De qué manera permite Francia contar con un aliado que no logra respetar los derechos humanos de los turcos?

 

Angela Merkel se comprometió a que la Unión Europea pague tres mil millones de euros a Erdogan por sus servicios de outsourcing: controlar el paso de refugiados sirios por su frontera expidiendo y sellando documentos.

 

La semana pasada, Estados Unidos le obsequió una flor al sultán Erdogan al avisar que la OTAN enviará buques de guerra al Egeo para sostener una batalla contra el tráfico de refugiados. El objetivo sería loable si se tratara de un ejército desideologizado, pero sabemos que los vínculos de la OTAN se encuentran en la Guerra Fría. ¿Se trata, entonces, de otro outsourcing al carecer la Unión Europea de ejército propio? En pocas horas llegó desde Múnich la respuesta de Rusia, en voz de su primer ministro, Dimitri Medvédev: “(…) Nos estamos deslizando rápidamente a un periodo de una nueva guerra fría”. El mensaje se encuentra encriptado. Turquía sabe que es el momento de integrar a la lista de sus peticiones a Estados Unidos y a la Unión Europea más decisiones que obedecen claramente a la coyuntura que vive en este momento con Rusia. Para ser puntual, desde el 24 de noviembre. Día en que la fuerza aérea turca derribó un avión ruso sobre la frontera siria. Las concesiones de Europa y Estados Unidos al sultán Erdogan mojan la estrategia de pólvora en contra de los yihadistas del Estado Islámico. Por si faltara a la de por sí compleja batalla en Oriente Medio.

 

Ha quedado claro que a Erdogan no le interesa combatir a sus socios que le venden petróleo barato. Tan barato como un litro de Coca-Cola. Le interesa reactivar una nueva versión de la Guerra Fría. Merkel, Hollande y todos los europeos lo permiten pues ellos sostienen varias batallas adicionales a la del Estado Islámico. Una de ellas: la crisis de los refugiados que los ha desbordado.