Lo que ocurrió en Tláhuac es muestra de que ningún partido puede decirse invulnerable a la penetración del crimen organizado. El abatimiento del líder del narcotráfico en esa zona, Felipe de Jesús Pérez Luna alias El Ojos, sacó a flote las relaciones del delegado Rigoberto Salgado con ese grupo delincuencial, situación que hoy lo tiene al borde de la destitución y a Andrés Manuel López Obrador y su Movimiento Regeneración Nacional, en pie de lucha en defensa de su hombre en Tláhuac.

 

En términos políticos, el escándalo en que está envuelto Rigoberto Salgado le cayó del cielo al Partido de la Revolución Democrática y al jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, frente al lopezobradorismo que viene a disputar la hegemonía que durante dos décadas ha sostenido el perredismo en la capital del país y sin duda hay mucho de intención política en la ofensiva contra el delegado en Tláhuac, pero de eso a que no haya elementos para poder presumir con un alto grado de probabilidades que Salgado está metido hasta las manitas con el crimen, hay un largo trecho.

 

Y sin duda Andrés Manuel López Obrador y su operador Martí Batres entraron en un camino muy peligroso al salir y dar la cara por un funcionario involucrado con el crimen organizado a grado tal que permitió que familiares y miembros del círculo íntimo de El Ojos ocuparan cargos dentro de la estructura de gobierno de la delegación Tláhuac. Ahí están cinco personajes identificados por los cuerpos de inteligencia de la CDMX y del Gobierno federal, con nombres y apellidos: Bautel Beltrán Vázquez, jefe de Agua Potable, hermano del jefe de sicarios de El Ojos; Lucy Beltrán Vázquez, quien cobra en dos plazas como analista y auxiliar del área de Servicios Generales; Cristhian Salgado Pérez, sobrino del capo y coordinador de proyectos; Griselda y Arisele Cortés Gutiérrez, hermanas de Nancy Cortés, pareja de El Ojos; la primera fue jefa del Departamento en el Centro de Servicios y Atención a la Ciudadanía y la segunda subjefa de oficina en esa misma área. Así o más claro.

 

El caso es que el único alegato que Rigoberto Salgado esgrime es que ignoraba de quiénes se trataba y que las contrataciones se hicieron “de buena fe”, argumentos que simplemente son insostenibles, cuando es precisamente la autoridad local la que tiene de primera mano el conocimiento de lo que ocurre en su territorio y precisamente por su debilidad o complicidad, la primera que es corrompida por las organizaciones delincuenciales. Pero no sólo eso, en no pocas ocasiones son precisamente las autoridades locales las que, cumpliendo con su obligación de representar y gestionar las demandas de sus comunidades, las que piden apoyo y dan información a los Gobiernos estatales y federal contra los grupos criminales que operan en sus territorios, así que en ningún supuesto el delegado en Tláhuac no tiene cómo zafarse de la responsabilidad en el caso de El Ojos, pues o es cómplice activo o también lo es por hacerse de la vista gorda ante la acción del narco en su delegación.

 

Así, tanto Andrés Manuel López Obrador y Martí Batres de una u otra forma se hacen cómplices de Rigoberto Salgado y la infiltración del crimen organizado en Tláhuac, lo que sin duda es para encender alertas en torno a la posición de Morena frente al narcotráfico y su infiltración en los gobiernos locales.

 

caem