Desde que el hombre como especie le “confirió” poder al dinero, la naturaleza humana en términos de conciencia y voluntad, empezó a tener precio. Cuando eso sucedió y el hombre desarrolló la habilidad de negociar, nació eso que llamamos corrupción como método para alcanzar objetivos que maximicen el poder de unos cuantos sobre la mayoría.

 

Pronto el hombre cayó en la cuenta que la corrupción podría ser un monopolio para mantener ese poder en un grupo reducido de personas, entonces empezaron a fijarse reglas con “huequitos” para que las mayorías también pudieran hacer triquiñuelas y, así, todos pudiesen beneficiarse de ese antivalor que vive en el ADN del capitalismo: la corrupción.

 

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El sistema educativo de cada país empezó a darle personalidad a su esquema de organización social, de formar cuadros profesionales, de desarrollar innovación, de convivir, de contribuir, de hacer negocios… y así cada nación empezó a definir su nivel de desarrollo.

 

A la vuelta de las décadas el mundo se dividió en países desarrollados, en vías de desarrollo y “tercer mundo”. En todos existe corrupción. No es un “fenómeno cultural del mexicano”, asegurar tal cosa justifica la cínica corrupción que existe en el país y que ha propiciado un síncope en el Estado de Derecho.

 

En los países llamados desarrollados la corrupción es sutil, no es, acaso, tan evidente y cínica como en México. Para ponerlo en términos muy gráficos, si se presupuestan 100 dólares para una carretera, 90 dólares se usan para construirla y 10 para engrasar la maquinaria del sistema de las “virtudes tullidas”.

 

Ahhhh! pero si a alguien se le ocurre evidenciar el reparto de esos 10 dólares, todo el peso de la Ley, castigo ejemplar en conferencia de prensa, cadena nacional y desplegados en los rotativos más influyentes del mundo.

 

En países como México, en el mismo ejemplo, 10 dólares se usan para construir la autopista y 90 son robados a plena luz del día, en conferencia de prensa y en cadena nacional. Total, la mayoría de los ciudadanos sólo insultan en redes sociales, en reuniones familiares o sociales. Su ofensa no trasciende en acciones que se traduzcan en un punto de quiebre.

 

La diferencia entre las llamadas sociedades desarrolladas y una como la de México es la educación. Gobernantes y políticos más sofisticados e inteligentes (no necesariamente más virtuosos) que operan con habilidad el tema del “lado oscuro”. En México, gente deleznable por donde se le vea.

 

La ciudadanía en un país desarrollado, por su nivel de preparación académica y de sentido común, exige rendición de cuentas a un gobernante y presiona a las instituciones para que apliquen todo el peso de la Ley a los servidores públicos en caso de abuso o acto ilegal.

 

La educación pues sofistica a las personas, dicho de otro modo, las hace corromper y ser corrompidas de una forma elegante y con buenos modales. ¿Por qué? porque está demostrado a lo largo de la historia de la humanidad que el poder corrompe y el dinero es el Dios materializado que ayuda a mantener el poder comprando voluntades y conciencias. México no tiene el monopolio de la corrupción.

 

Sin embargo, el sistema educativo mexicano parece estar diseñado para formar conciencias débiles. Frases como “El que no transa no avanza” o “si roban por lo menos salpiquen” o “la corrupción es parte de nuestra cultura” demuestran que el cáncer de la corrupción nació en la clase gobernante, pero hizo metástasis invadiendo absolutamente todos los tejidos sociales.

 

Muchos empresarios de las naciones llamadas desarrolladas –como aquella cuyos fraudes corporativos y financieros han desquiciado la economía del mundo en más de una ocasión- quieren hacer negocios en México porque aquí, a diferencia de sus países de origen, el marco legal todo lo permite… y no pasa nada.

 

La educación le da sofisticación a la virtud tullida de la corrupción, lo vemos a diario: en México hay gente que suele quitarle el dinero al ciudadano a punta de pistola y con vituperios, mientras que en los nodos financieros del mundo desarrollado hay personas que le quitan su dinero a otras convenciéndolas con muy sofisticados gráficos y sustentados en la estadística.

 

El nivel de educación es la diferencia de cómo se despoja del dinero a la gente en el mundo del capitalismo deshumanizado.