Dos semanas después se tiene mucho más clara la percepción de que las masivas protestas callejeras en las principales ciudades de Brasil, no sólo responden a los reclamos iniciales por el alza del transporte público en Sao Paulo. Esa fue sólo la chispa de un fuego que venía alimentándose tiempo atrás entre las clases pobres y medias del gigante de Sudamérica.

 

Así lo ha entendido tardíamente el gobierno que encabeza la presidenta Dilma Rousseff, curiosamente una antigua militante de la izquierda guerrillera de Brasil y la sucesora del popular Inácio Lula da Silva, quien ha venido a México a promover el “modelo brasileño” de combate a la pobreza que implantó su gobierno.

 

Y sí, las estadísticas de la CEPAL muestran el crecimiento de la clase media brasileña en la última década y la caída en los niveles de pobreza a raíz del crecimiento económico que ha experimentado Brasil, pero también ponen de relieve la fragilidad de los nuevos “clasemedieros” ante potenciales crisis económicas o simplemente ante un freno de la economía con incrementos de precios como los que está viviendo Brasil en estos momentos.

 

Por eso 75% de los brasileños apoya las manifestaciones, según las encuestas recientes. Los gritos en las calles de Río, de Sao Paulo, de Recife, o de Porto Alegre están respaldados por un apoyo masivo de brasileños que sí buscan mejorar el pésimo servicio de transporte urbano que tiene Brasil (77% así lo dicen), pero también están gritando en contra de su clase política (en un 47%), en contra de la corrupción en las esferas públicas (en un 32%), y reclamos añejos por la mala calidad de los servicios de salud y educación (en un 31%).

 

Estos masivos apoyos ciudadanos en las calles, vía redes sociales y medios de comunicación, han obligado al gobierno de Rousseff a replegarse y a adoptar nuevas medidas en estos y otros rubros, antes que se desborden los reclamos populares con consecuencias impredecibles para el gobierno, como ha ocurrido en otras latitudes.

 

El gobierno de Rousseff ha temblado frente al espontáneo y creciente movimiento ciudadano que se potenció con la atención mediática del mundo del futbol que en Brasil tiene una connotación especial. ¿Acaso estamos frente a una “primavera” brasileña de participación ciudadana que mueve los cimientos del poder político y le obliga a enmendar el rumbo? Sin duda que sí.

 

Pero la inconformidad ciudadana que hemos visto en Brasil por mayor equidad social, mayores oportunidades y por el cansancio acumulado entre la población que genera la corrupción política, ya encuentra tierra fértil en el resto de América Latina. Y el gigante Brasil puede ser la puerta de entrada a una verdadera primavera latinoamericana.

 

El crecimiento económico sin mayores consecuencias sobre el bienestar de los hogares, da como resultado la indignación de la población que se contagia con la ayuda de las nuevas tecnologías. Ya no es un asunto de ideologías, sino del poder de la información.

 

México está en esa ruta. La combinación de violencia en amplias zonas geográficas del país, principalmente en las ciudades; y de pobreza extendida en grandes círculos de población, reclaman con impaciencia resultados en sus bolsillos. Como los políticos brasileños en su momento, los nuestros también parecen vivir en su propia burbuja; hasta que los despierte un millón de gritos en las calles reclamando su bienestar.