Lo escucho con frecuencia, y lo dijo hace un par de días Cuauhtémoc Cárdenas: “Éste no es un Gobierno de izquierda”. Disiento esta vez de mi respetado ingeniero: creo que éste es, cabalmente, un Gobierno de izquierda. ¿Qué izquierda? Porque hay muchas, en la amplia gama que va de las socialdemocracias más moderadas a los estatismos autoritarios más desaforados.

Difícil decirlo, porque en la 4T las evidencias son contradictorias. Se ha respetado la independencia del banco central, no ha habido una embestida expropiadora y el INE sobrevive, pero, en el lado contrario, hay una tendencia troglodítica a fincar paraestatales, un torpedeo sistemático a los organismos autónomos y sobre todo una multiplicación inquietante de afirmaciones con tintes autoritarios, como esa del Presidente, señalada hace unos días por Jorge Castañeda, de que dentro de un año los cambios serán irreversibles, como si la naturaleza de la democracia no fuera justamente la reversibilidad.

Como dijo Macario Schettino, nada es más revelador que el presupuesto para 2020. También tiene muchas contradicciones, aparentes al menos. Por ejemplo, comete un pecado de leso izquierdismo, que es recortar los presupuestos asignados a salud y educación. En cambio, le mete dinero a las llamadas “becas” para jóvenes (aunque también se les llama “empleos”, cuando hay que maquillar cifras en las mañaneras) y al petróleo. O sea, a la creación de clientelas y, de nuevo, a la necedad energética. Muy de la izquierda, sí.

De la mala izquierda, hay que decirlo. Sin entrar en clasificaciones, podemos decir que ahí es donde estamos. En un Gobierno que desmantela el Estado pero no solo usa el dinero para repartirlo en efectivo, sino que encima lo hace torpemente, porque el dinero, por incompetencia, luego no llega a donde debe.

Un Gobierno centrado en un hombre, vertical, que sin embargo, a diferencia de lo que pasa en experiencias análogas en América Latina, no solo no mete mano dura sin restricciones como estrategia en la lucha contra la delincuencia (lo que sería indeseable), sino que ni siquiera pone mano firme y aplica una estrategia alternativa, porque no hay estrategia. Un Gobierno que espanta la inversión pero no es capaz de impulsar el gasto público y subejerce no con disciplina thatcheriana, por Dios, sino con mentalidad de cuentachiles.

Es poco probable, pero esto puede tener una ventaja. A lo mejor abandonamos por fin la falsedad de que estar con la izquierda es estar en el lado correcto de la historia.