Denise Dresser y yo compartimos cafetería. Lo anterior podría ser una simpleza, pero si tomamos en cuenta que es una precandidata a la Presidencia, y yo, una periodista entrometida, cambia.

 

Nos encontramos el fin de semana, así que aproveché para hacerle un análisis de personalidad por si después lo necesitamos.

 

Para empezar, Denise cambió de look.

 

Bueno, el peinado sigue igual, pero ahora usa vestidos más entallados y cambió los colores sólidos por el estampado tipo animal print. No estoy segura si lo anterior sea para resaltar más si llega a Los Pinos o una simple influencia de su ex novio Brozo, Víctor Trujillo (tal vez le dijo “nena, saca la tigresa que llevas dentro”).

 

La Dresser llegó, pidió un café latte, leyó el periódico y se puso a escribir. Claro, ustedes dirán: “¿Y eso qué? ¡Es escritora!”. Sí, pero no entendí los motivos de Denise para plantarse en medio de una concurrida cafetería a escribir, entre bullicio y ladrones.

 

Porque la encontré en una de las zonas más peligrosas de la ciudad: ¡la Condesa!, muy tranquila con una hermosa computadora sobre la mesa.

 

Me pregunto por qué no escribe en su casa. ¿No hay luz? ¿Le falta ruido? ¿Se está acostumbrando a las multitudes? ¿Se le cayó el wi-fi? Oigan, qué nervios. Yo que estaba sentada con la bolsa agarrada como si fuera en el Metro –hasta morados se me pusieron los dedos– por el miedo a los hampones y ella, tan oronda. No supe si quería demostrar que no teme a la delincuencia o quería que la asaltaran para luego escribir:

 

“Les dije: este país está ingobernable…”, o tal vez pactó una nota paparazzi y por eso iba tan estilosa para trabajar un sábado al mediodía.

 

A su favor debo decir que se sienta junto al baño, tal vez para correr y usarlo como refugio en caso de urgencia y/o atentado.

Muy lejos de ahí me encontré a Eruviel Ávila, pero como hasta 2017 sabremos si quiere ir por la Presidencia, no me esmeré mucho.

 

Es que fui a trabajar al Estado de México con el programa Hoy y ahí estaba él, en plan anfitrión, en pleno campo, en La Marquesa. Nos invitó unos tamales fantásticos y luego se tomó una selfie con nosotros. Creo que no salí en la foto (me quedé con mal rollo)… no sé, tengo el presentimiento.

 

Además, tengo conocimientos elementales de la física y estaba yo tan alejada del centro que no había manera de entrar en el foco, a menos de que trajera lente ojo de pescado. No traía.

 

Debo confesar que cuando nos saludamos hubo algo extraño. No extraño del tipo romántico, sino raro del tipo “ahí está la columnista que escribe de mí y tal vez debería reclamarle o mejor no… ¿qué haré?”.

 

Por supuesto, en lo que él meditaba, fingí demencia. Días después supe que me había invitado a la Mesa de Diálogo con periodistas, encuestadores, influenciadores y estudiantes, pero nunca recibí la propuesta oficial. Quedará por siempre la duda: ¿no llamaron o no contesté?

 

Lástima, ya le tenía una listita de preguntas, sobre todo personales, que son las que el público lector agradece y valora mucho.