Hector-Zagal
 

Los jóvenes que votan por primera vez en este año me dan ternura. La mayoría de ellos son tan idealistas como el adolescente que piensa que su primer amor, su amor de los 13 años, durará toda la eternidad. Es normal. Yo fui así. Les falta la experiencia de vida. Más sabe el diablo por viejo, que por diablo. Y yo soy un anciano, amargado, escéptico y gruñón, que ronda los ochenta años. Mi único mérito es haber sobrevivido a los presidentes mexicanos de los años 70 del siglo pasado. Pero eso, queridos amigos, es prehistoria. En la era del Tik Tok, la publicación de hace una hora es pleistoceno. ¿Quién se acuerda del presidente que proclamó que el reto de México era “administrar la abundancia” de la riqueza petrolera?

 

“La habilidad política consiste en gobernar a los hombres sin que se den cuenta”, sentenció Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord (1754-1838), obispo, diplomático y cortesano francés. Un vividor del poder. Sinvergüenza profesional. Talleyrand fue un personaje de la política francesa. Fue monárquico y sirvió con zalamería a Luis XVI. Tras la revolución que guillotinó a su rey, Talleyrand consiguió incorporarse al gobierno revolucionario. Todo sea por perseguir la chuleta. Cuando Napoleón Bonaparte se proclamó emperador, Talleyrand también consiguió chamba en la corte imperial. ¿Cómo la ven? Napoleón fue derrotado. Vino la restauración de los Borbones. Luis XVIII, hermano del decapitado Luis XVI, fue coronado rey de Francia. Por increíble que parezca, Talleyrand también consiguió un puesto en la corte. Un chapulín profesional. Monárquico, revolucionario, bonapartista y restauracionista. Ningún político mexicano ha conseguido dar esos saltos.

 

¿Quién es el Talleyrand mexicano? Si revisamos el currículum de ciertos políticos mexicanos, advertiremos que algunos de los que presumen representar la nueva política, han cambiado de partido como se cambia de calzones. Son políticos reciclados. Hay políticos mexicanos que, con menos de cincuenta años, han cambiado de partido como quien se cambia de ropa interior (en el sano supuesto de que uno se cambia diariamente de boxers). Pero lo sorprendente no es el cinismo de tales políticos, sino la ingenuidad de los electores no se toman la molestia de mirar la trayectoria de sus candidatos.

 

Todos tenemos derecho a cambiar de ideas. Yo, por ejemplo, me sentí comunista hacia los 13 años, a los 16 me sentí conservador decimonónico, a los 25 me autodescribí como liberal a la Friedman y hoy, a mis casi ochenta años, me siento elector del centro derecha. La vida cambia, pero hay políticos que cambian demasiado

 

Sapere aude! ¡Atrévete a saber!

@hzagal

 

 

 

 

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana