La vida es una aventura o no es nada

                                                                                                                              Helen Keller

 

Retomemos, para iniciar esta nueva colaboración, el final de la anterior: “en esta vida usted no atrae lo que quiere, sino lo que siente, aunque no acepte que lo siente”, y agrego: o ni siquiera sepa que lo realmente siente.

Esta discordancia se llama incoherencia. Deseos, anhelos, objetivos, metas, propósitos, todo está tan lejos de nosotros como lo están entre sí lo que creemos y decimos que pensamos y sentimos, de lo que realmente pensamos y sentimos.

Generalmente, solo somos conscientes de lo primero e ignorantes voluntarios de lo segundo. Lo que creemos y decimos pensar y sentir constituye la imagen que queremos proyectar, pero lo real, cuando está oculto, es lo que nos controla, agazapado en nuestros dolores y miedos enterrados en la inconciencia, dispuestos a tomar las riendas cuando percibimos amenazas, reales o imaginarias.

Si lo que le acabo de exponer le parece algo complicado, simplifiquémoslo con un ejemplo típico y extendido de tal incoherencia: usted quiere abundancia y prosperidad. Trabaja duro, ahorra, decreta riqueza, sigue reglas esotéricas e incluso recurre a la magia para atraer dinero, pero no ve resultado alguno, de hecho, su economía de pronto empeora.

Bueno, pues independientemente de las circunstancias que le rodean, que ciertamente tienen su peso, seguramente estará actuando en contra de sus deseos una programación almacenada en el disco duro de su inconsciente, cargada de negatividad hacia el dinero y las posesiones materiales.

Me refiero a paradigmas, es decir, conjuntos de creencias, que pueden englobarse en estos enunciados: los pobres son buenos y los ricos malos, el dinero es sucio y se consigue suciamente, nunca habrá suficiente, si no ahorras no tendrás en el futuro, hay que partirse el lomo para conseguir unos cuantos pesos, soy orgullosamente pobre, siempre me pagan mal, o no sé suficiente para ganar bien. Todo esto es lo que usted en realidad actúa, no lo que cree que actúa.

Lo que de verdad piensa, no lo que dice que piensa, produce lo que de verdad siente, no lo que dice que siente. Dígame usted qué tiene más fuerza. Claro, eso que está ahí profundamente enterrado y que usted intuye o definitivamente ignora porque duele o porque cree que es la verdad y no puede cambiarse.

Si a usted no le interesa conocerse ni tener conciencia sobre sí mismo ni ser coherente está bien. Es su opción. Pero si quiere salir de una situación difícil o simplemente concretar sus deseos, no tiene otra alternativa que emprender la maravillosa aventura de ir en busca de su tesoro enterrado, por terrorífico que sea.

Le doy una posible ruta: 1) adáptese a las circunstancias; no rechace lo que no puede controlar, solo acéptelo, que no es lo mismo que confórmese; 2) encuentre en todo lo que le suceda, especialmente si lo considera malo, el obsequio oculto de sabiduría; 3) aprenda a observarse a sí mismo sin juzgarse. Aunque no se vuelva un practicante experto, la meditación le enseña a hacer esto. Hágalo un hábito y cuestiónese, cuestiónelo todo; 4) Desarrolle su curiosidad, investigue, no se quede nunca con lo que sabe; 5) una vez que aprenda que usted no es ni lo que piensa ni lo que siente, gestione sus emociones y sus pensamientos. Elija todos los días cuáles se pondrá, así como escoge la ropa; 6) contenga sus reacciones y sobrepóngase a sí mismo, es decir, ejerza autocontrol y autodominio; a estas alturas ya está listo; 7) ha llegado el momento de la opción espiritual: retome la meditación, esta vez como una forma de desarrollar todo el potencial de su mente, comenzando por regular su química cerebral y, por tanto, hormonal, lo que transformará sus pensamientos y sus sentimientos a voluntad; 8) una vez dominada la regulación, cree sus propias experiencias positivas de gratitud, alegría, amor, dicha, seguridad, calma.

Este es el camino a la coherencia.

 

     @F_DeLasFuentes

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