Es el único día que tienes para despertarte tarde. Entre semana, luego de la reunión de seguridad y del gustazo cotidiano de La Mañanera, ese bálsamo, te puedes echar otro coyotito hasta la inauguración con la tropa, unas dos o tres horas, para procesar las corundas –de las de carne de puerco– y el atolito del desayuno. Pero no es lo mismo.

Cuando no duermes de seguido, el cuerpo no reacciona igual. Bueno, pues hoy te lo arruinaron. Se oyen súper fuerte los gritos de la oligarquía: “¡Narcopresidente! ¡narcopresidente!”. Neta, fuchi caca.

De todas maneras, como hombre de Estado, intentas mantener el buen ánimo. Gobernar es abrazar el estoicismo, te dices. Bueno, más o menos. “Aguantar vara”, es la expresión que te viene a la cabeza. Se la aprendiste al Bobby.

Para alegrarte, decides ver otra vez los avances de la entrevista con la Afo… Fofo… Aguivo… Figovo… La muchachita rusa, pues. Muy simpática y muy guapa. “Canijo Putin”, sonríes. Nada más que no dura la sonrisa. “Carajo, se me ve rara la camisa. Como que voy a dar el botonazo”, descubres. No te diste cuenta durante la entrevista y ahora ya no hay nada que hacer.

Afuera, los gritos siguen. Te asomas por la ventana, muy discretamente. Está lleno el Zócalo. Sientes que te vuelve a escalar el mal humor y, encima, el tutupiche ya no se ve, pero todavía molesta. Miras tu teléfono, para revisar qué pasa en X. Resulta que Loret amenaza con exhibir los negocios de Osterlen y Pedrito. “Fuchi caca”, te dices por segunda vez en el día. “No entiendo cómo pueden dejar que los cachen así. Otra vez a hablar con Andy. Eso sí, qué bien se ven los condenados con el sombrero de charro –dices con admiración–. ¿Se verá muy raro salir con uno en las visitas oficiales? Hay que promover nuestra cultura”.

Notas que los gritos, que se extienden a toda la plancha de la Plaza de la Constitución, se concentran en un lugar. Distingues a un güero que está como entrevistando gente, y que la gente grita más fuerte alrededor de él. “¿Ese no se supone que es de los nuestros?”, te preguntas. “No me defiendas, compadre”, te dices mientras tomas nota mental: “Que Chucho le ponga una regañiza y le retengan el pago”.

Logras contener un poco el mal humor. “Al rato organizamos un fildeo y macaneo”, te consuelas. Pero no te dura el esfuerzo. Es hora de desayunar. Al otro lado del teléfono, resuenan las palabras tan temidas: “Se acabaron las corundas, señor. Qué pena. Ayer que pasó el señor José Ramón a visitarlo se comió las nueve que quedaban”.

 

    @juliopatan09