¿Será el sexo la única forma de emancipar a la mujer en el cine?

 

¿Será una odisea feminista sobre el poder de la liberación sexual y el conocimiento? ¿O una  cuyo leitmotiv es la promiscuidad y la valorización de la mujer sólo por su cuerpo?

Pobres criaturas, la nueva cinta de Yorgos Lanthimos, nominada a 11 premios Oscar, es la adaptación cinematográfica del libro homónimo de Alasdair Gray que nos presenta a una mujer embarazada que intentó suicidarse, pero un científico (Willem Dafoe) suplanta el cerebro de aquella persona deprimida con el de su bebé, dándole a ese cuerpo una segunda vida.

De ese experimento nace Bella Baxter (Emma Stone), cuyo desarrollo intelectual y motriz es extraordinario acorde a su edad mental. Ella busca, en primera instancia, el placer sobre cualquier cosa, y parte de ese descubrimiento es el de gozar del sexo desde su punto de vista más inocente y práctico, sin darle una connotación romántica.

Aunque conforme avanza la cinta sí se tocan otras formas de alegría en un mundo patriarcal y lleno de prejuicios, sobre todo en contra de las mujeres, la cinta sí enfoca bastante de su duración en el sexo. ¿Cómo una señal de liberación femenina y una herramienta narrativa justificada? Eso es algo que se ha debatido desde el lanzamiento de esta peculiar producción con características anómalas: una fotografía con la técnica de ojo de pescado y en blanco y negro o con colores pastel; unos escenarios distópicos que evocan la Europa del siglo XIX; y personajes híper realistas con reacciones exageradas.

Es complicado englobar la experiencia de diversas mujeres en el viaje de una mujer blanca, bonita y con preferencias heterosexuales. Y el que el sexo sea un referente clave para la protagonista puede afirmar el erróneo concepto de que el principal propósito de las mujeres es eso. Pero también se encuentran otros poderosos mensajes de cómo Bella adquiere su autonomía.

Los libros y su interés por la ciencia, por ejemplo, juegan roles clave en ciertas escenas, sobre todo en aquellas donde Bella cómicamente rechaza al manipulador Duncan Wedderburn (Mark Ruffalo). También la secuencia dedicada a los gozos y el contraste más adelante, cuando se da cuenta de la injusticia.

Dicho lo anterior, el rol de Dafoe, a quien Bella le apoda God, conlleva un trasfondo patriarcal. Él jugó con las leyes de la humanidad para “educar” a Bella, pero en lugar de aceptar su vida y tratar de enmendar sus errores, God se victimiza, reprime sus emociones y se enfoca en su trabajo. Es interesante el discurso que hace la cinta acerca de la masculinidad tóxica con esto.

Con toda la controversia, ¿será mejor provocar reacciones diversas que generen un debate rico a cintas unánimes y vacías? Las más complejas tienen más lecturas, después de todo.

Y no se puede negar que Emma Stone hace un papel extraordinario como Bella, un personaje en constante cambio, cuyo crecimiento es un deleite para el espectador. Se merece ese Oscar.

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