La felicidad es el camino

Buda

 

Partiendo de la certeza de que sentirse bien no es consecuencia de lo que nos pase o nos deje de pasar, sino un aprendizaje, por tanto, una disciplina y posteriormente un hábito, lo fundamental es conocer las técnicas con las que construiremos ese bienestar interior que, por cierto, no es otra cosa que la felicidad.

Lo primero que hay que entender es que no llegamos a ese estado interior para permanecer en él. Esa es una idea escapista. Se trata de regresar ahí cada vez que queramos o lo necesitemos.

Hay muchas formas de irlo construyendo, varias de ellas con enorme difusión y comprobada efectividad. Todas son necesarias en algún momento. Las más conocidas son tener una alimentación adecuada, dormir suficiente, hacer ejercicio, meditar, trazarse metas, disminuir el tiempo de interacción virtual y aumentar el personal, dejar de ocuparse en la opinión ajena, sobre nosotros o sobre cualquier asunto. Pero hay otras que constituyen procesos interiores, calificables de psicoespirituales, que pocos conocen y muchos menos practican, aunque pueden ser aprendidos por cualquiera.

Esas son de las que voy a hablar. Ninguna de ellas requiere dedicarles un tiempo especial ni condiciones específicas. Las puede aplicar en cualquier momento, mientras realiza cualquier actividad, porque el eje rector es la conexión con uno mismo, una cuestión innata del ser humano, aunque transcurramos la mayor parte de nuestro día, y de nuestra existencia, de hecho, tomando la energía de vida en el enchufe equivocado: lo que nos hacen o dejan de hacer los demás; lo que nos sucede en la casa y fuera de ella; lo que ocurre en las redes sociales y hasta la conducta de otros que nada tiene que ver con nosotros, pero que decidimos tomarnos a personal, pues constituye una manera muy efectiva, aunque sumamente perniciosa, de aliviar el malestar interior, a partir de enjuiciar a otros, que resultarán siempre estar peor, o de culparlos de lo que nos sucede.

Así pues, el primer requisito es desarrollar el hábito de conectarse con uno mismo, haciéndose varias veces al día algunas preguntas: ¿qué estoy pensando?, ¿cómo me estoy sintiendo?, ¿qué es lo que me está afectando?, entre otras. Póngase una alarma en el teléfono celular o el reloj inteligente, para que tres o cuatro veces al día haga este ejercicio, y nunca se duerma sin haberlo hecho momentos antes. Será liberador, descansará mejor y tendrá menos o ninguna pesadilla, porque el simple hecho de realizarlo hará que tome conciencia de cuántas minucias le provocan ansiedad, inseguridad, incertidumbre, miedo, enojo, resentimiento, etc., y usted mismo tendrá las soluciones.

Pero para que esas soluciones se presenten a su conciencia, es necesario que realice en paralelo el segundo paso, y esa es una cuestión racional, un cambio de paradigma, una lucha contra sus propias creencias: aunque los demás sean culpables de algo, usted es quien decide cómo se maneja ante ello. Se victimiza y, consecuentemente, se paraliza, porque otros son causantes de lo que le pasa, se resiente y amarga, o se responsabiliza de sus reacciones, se sobrepone, soluciona, aprende, fija límites y cambia. Cuando se sorprenda culpando a alguien, repita varias veces: yo soy responsable de cómo me estoy sintiendo.

La conexión con nosotros mismos puede ser dolorosa, ya que tendemos a recordar más todo lo malo que nos ha pasado, porque no lo hemos gestionado emocionalmente. Nos hemos mantenido a distancia de aquella herida, aquel dolor que en su momento no pudimos afrontar. Sin embargo, pasado el tiempo estamos en condiciones de gestionarlo, bajo la conciencia de que somos responsables de nosotros mismos y no las víctimas de los demás, de manera que podemos reinterpretar en nuestro beneficio todo lo malo que nos ha acontecido. Reciclamiento emocional, podríamos decirle a la actividad de convertir en algo bueno y útil aquello que inicialmente nos lastimó.

Este es solo el principio del proceso. Continuamos en el siguiente artículo.

 

    @F_DeLasFuentes

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