En medio de las turbulencias políticas que sacuden al mundo, las grandes transformaciones tienden a presentarse de manera casi imperceptible. Hoy, ese cambio se manifiesta en la economía nacional, un concepto que subyace a la ideología proteccionista, y que pone en jaque a los defensores del libre mercado.

Este fenómeno, impulsado por la fragilidad de las cadenas de suministro, las crecientes amenazas a la seguridad nacional, la transición energética y la crisis del costo de vida, está reclamando su lugar en el centro del escenario político. Y aunque estos desafíos son innegables, debemos cuestionar cuánto se ha desplazado sistemáticamente la presunción de mercados abiertos y un gobierno limitado.

En la actualidad, los valores liberales clásicos no sólo han perdido popularidad, sino que también se encuentran en una posición marginal en el debate político. Sin embargo, algunos argumentan que el modelo de la economía nacional se autodestruirá como efecto de diagnósticos erróneos, cargas insostenibles para el Estado y obstáculos para un período de cambio vertiginoso.

No obstante, en el núcleo de este nuevo enfoque se encuentra la idea de que el proteccionismo es la respuesta a los desafíos de los mercados abiertos. China, por ejemplo, ha persuadido a los trabajadores occidentales de que tienen mucho que perder con la libre circulación de bienes a través de las fronteras, desafiando no sólo las normas comerciales, sino también el poder estadounidense.

Cabe mencionar que este proteccionismo va de la mano con un aumento del gasto gubernamental; lo que implica, entre otros, que la industria se beneficie de subsidios para impulsar la transición energética y garantizar el suministro de bienes estratégicos, elevando las expectativas sobre el papel del Estado como protector.

Sin embargo, no debemos olvidar que tanto la pandemia como la guerra en Ucrania han demostrado que los mercados gestionan mejor las crisis que los planificadores. El comercio globalizado se adaptó a las fluctuaciones en la demanda del consumidor, mientras que los mercados dominados por el Estado aún luchan por encontrar su equilibrio; haciendo evidente que las preocupaciones sobre la supuesta fragilidad de la globalización, parecen haberse construido sobre bases frágiles.

Por otro lado, la economía nacional se muestra inadecuada en un momento de cambio. Las transiciones en materia de energía y tecnología son de tal magnitud que resulta poco práctico que el gobierno intente supervisarlas mediante una regulación excesiva, ya que esto podría obstaculizar la innovación y frenar el ritmo del cambio.

No obstante, a pesar de sus defectos, la economía nacional parece estar aquí para quedarse. A medida que los presupuestos gubernamentales aumentan, los intereses especiales que se alimentan de ellos, también crecerán en tamaño e influencia. Por lo que ante esta encrucijada, debemos estar atentos para no perder de vista estos principios que, en medio de las turbulencias políticas, nos rodean.

¿O será otra de las cosas que no hacemos?