«El colonialismo visible te mutila sin disimulo: te prohíbe decir, te prohíbe hacer, te prohíbe ser. El colonialismo invisible, en cambio, te convence de que la servidumbre es tu destino y la impotencia tu naturaleza: te convence de que no se puede decir, no se puede hacer, no se puede ser», escribió Eduardo Galeano. Me parece que estas palabras no sólo resuenan en el marco de la conmemoración de nuestra independencia, sino fundamentalmente en el contexto indio, con quienes compartimos el tenue, pero persistente vestigio del discurso colonialista.

Actualmente, la India se embarca en un acto simbólico de transformación, ya que desde ayer, se emprendió una búsqueda para cambiar el nombre oficial del país a Bharat. Este cambio no es simplemente un juego de palabras, sino que se trata de un intento por desligarse del pasado que ha dejado cicatrices profundas en esta nación.

Bharat es el nombre que los indios han utilizado durante siglos, una palabra hindi que aparece en escrituras con más de 2.000 años de antigüedad. India, por otro lado, fue el término impuesto por los británicos cuando tomaron el control de estas tierras.

La influencia británica sigue permeando la India incluso décadas después de su independencia. Es un legado complejo que no se puede borrar simplemente con un cambio de nombre. Sin embargo, el gobierno de Narendra Modi ve en Bharat una oportunidad para despojar el pasado colonial de su supuesto glamour, para reflejar el expolio y abuso de los británicos.

En ese sentido, el resurgimiento de tendencias nacionalistas es palpable en este cambio de nombre. El partido de Modi busca distanciar al país tanto de su pasado musulmán como de su pasado colonial británico, evocando la antigua gloria de la civilización hindú mediante una denominación que es vista como un nombre puro y no mancillado por influencias externas.

No obstante, cabe destacar que este gesto podría entenderse también como una estrategia electoral, una forma de exacerbar el nacionalismo y consolidar la identidad en medio de una crisis política, donde no sólo la ultraderecha comienza a ganar terreno, sino donde la India se ha unido a la economía global, generando una nueva clase media consumista que, paradójicamente, se identifica con un nacionalismo que celebra lo “hindú” y se opone a lo “musulmán”.

Cabe mencionar que este tipo de movimientos no son nuevos en la India. En las últimas décadas, ha habido un despertar de movimientos religiosos que han llevado a una “hinduización” política de la sociedad, siendo un ejemplo de ello el BJP, un partido nacionalista hindú que gobierna actualmente el país.

En tales circunstancias, el cambio de nombre del país asiático va más allá de una cuestión semántica. Y si bien puede tener connotaciones electorales, es también el reflejo de una lucha por definir la identidad de una nación poscolonial y una señal del resurgimiento del nacionalismo en un mundo donde la heterogeneidad de la sociedad tiene ramificaciones invisibles pero profundas.

¿O será otra de las cosas que no hacemos?

 

Consultor y profesor universitario

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