En términos prácticos ya arrancó el sexto y último año de gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

Entre los pendientes que tiene que resolver en este año y 25 días que le quedan de mandato constitucional, uno de los más importantes se da esta semana, cuando desenrede el sofisticado mecanismo de destape que urdió para entregar a su ungida el “bastón de mando”.

Sabe el Presidente que hay una amplia franja de electores que, haga lo que haga, volverían a votar por él y tiene que asegurarse que esa herencia electoral pase sin raspones a su elegida. Solo que hay corcholatas claramente lastimadas en el montaje de “la encuesta”.

Y una vez que logre sacar adelante el abanderamiento de la candidatura oficialista tiene que concentrarse en cerrar todos los flancos que abrió para que durante su mandato den la impresión de funcionar.

Porque, incluso si ganara las elecciones la candidata de López Obrador, muchos de sus proyectos emblemáticos tendrían que sufrir cambios para ser viables en términos económico-financieros.

Y ni hablar si gana la oposición, habría cambios mayúsculos en muchos de sus proyectos, pero está claro que no todos se pueden o deben eliminar, porque sería contraproducente.

En el terreno del gasto social es evidente que se pueden hacer más eficientes los programas de apoyo. El componente electoral que sustituyó al enfoque de ayuda a los más pobres tiene que cambiar. Pero la propaganda tendrá que acompañar necesariamente a los programas sociales del siguiente gobierno.

Las obras faraónicas de infraestructura tendrán que entrar en tres valoraciones: las que están y estorban, las que no hay más remedio que conservar y las que hay que incrementar por el mismo camino que eligió López Obrador.

Porque una de las grandes ideas del obradorismo fue, finalmente, unir las costas del Pacífico y el Golfo de México a través del Istmo de Tehuantepec, solo que al ser el menos vistoso de sus proyectos, no le destinaron los recursos necesarios.

Una buena conectividad, con la infraestructura adecuada, buenos incentivos fiscales y garantías de seguridad jurídica y pública pueden hacer de ese proyecto un verdadero polo de desarrollo del sur del país.

El costo ecológico y fiscal del Tren Maya obliga a mantener un desarrollo controlado del proyecto en las décadas por venir. Desafortunadamente, será un proyecto eternamente subsidiado.

La refinería de Dos Bocas es un lastre financiero para Pemex. Un siguiente gobierno más responsable buscaría que la petrolera se redujera a su negocio básico de la extracción de petróleo, pero sin descuidar el funcionamiento de esta obra tan estratosféricamente cara.

Y finalmente en la categoría de lo estorboso, pero ya gastado, está el AIFA que tendría que migrar hacia un aeropuerto totalmente de carga a la par que se recupera la construcción del aeropuerto de Texcoco.

Ya hubo un dispendio con la construcción del AIFA, pero no corregir este grave error tendría consecuencias exponencialmente más graves para el país que tomar la decisión de reencauzar este capricho.

Claro, la otra opción es que no pase nada y que haya un siguiente gobierno calcado a la perfección del actual, pero con otra cara al frente.

 

    @campossuarez