En diciembre de 2001, los argentinos protagonizaron un estallido social que envolvió a todas las capas sociales. Aquel convulso periodo marcó un punto de quiebre en la historia política del país y desde entonces, la nación ha sido testigo de las alternancias de dos fuerzas políticas: el kirchnerismo y el macrismo. Sin embargo, 22 años después, estas dos novedades están emitiendo señales alarmantes de agotamiento.

El escenario es sorprendente, aunque no completamente inédito en el panorama global. Javier Milei, una figura que se autodefine como un libertario de ultraderecha y con una plataforma que propugna la abolición del Banco Central y la adopción del dólar estadounidense como moneda nacional, ha ganado 30.1% de los votos en las PASO, un resultado que supera las previsiones de los sondeos y desafía las expectativas de los analistas.

Su victoria ha dejado perplejos a muchos observadores, y no es difícil establecer comparaciones con fenómenos similares como la irrupción de Donald Trump o de Jair Bolsonaro. No obstante, el fervor que despierta este candidato ultraderechista parece ser un reflejo de la frustración arraigada en el pueblo argentino, que ha soportado décadas de crisis económicas, hiperinflación y pobreza.

Por lo que en medio de este caldo de cultivo, Milei ha emergido como un “outsider” político dispuesto a ofrecer soluciones radicales, desde reducir los impuestos hasta cerrar empresas estatales y recortar gastos públicos; mismas que aunque extremas, encuentran lugar entre aquellos que anhelan la ruptura de un sistema que ha demostrado ser ineficiente.

Sin embargo, a pesar de sus promesas de cambio, su apoyo institucional es limitado, lo que podría dificultar la implementación de sus propuestas, ya que los resultados sugieren que si Milei fuera electo, contaría con apoyo limitado en el Congreso, pues su partido controlaría sólo ocho de los 72 escaños en el Senado y 35 de los 257 de la Cámara de Diputados.

Cabe mencionar que los resultados también arrojan luz sobre la salud de la democracia en Argentina. Según los datos del Latinobarómetro, el país registra 62% de apoyo a la democracia y, aunque si bien esto indica una mayoría que valora el sistema democrático, el crecimiento del apoyo al autoritarismo y el populismo, aún minoritario, no debe pasarse por alto, pues no es sino el reflejo de una desilusión generalizada con los partidos políticos tradicionales y una demanda de soluciones más radicales.

Las elecciones generales de octubre y la posibilidad de una segunda vuelta en noviembre serán una prueba crucial para la democracia. El país enfrenta desafíos monumentales en términos económicos y sociales, mientras que su sistema se encuentra en la encrucijada de responder a estas demandas sin comprometer los valores fundamentales que lo sustentan. No obstante, no debemos olvidar que la historia de Argentina ha demostrado su capacidad de adaptación y renovación en momentos de crisis.

¿O será otra de las cosas que no hacemos?

Consultor y profesor universitario

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