La antología ha mantenido cautiva a la audiencia por su cercanía con la realidad.


La tecnología mejora nuestras vidas. Si no fuera por los teléfonos inteligentes, por ejemplo, nos perderíamos en todas partes, nuestros trayectos a casa serían monótonos y aburridos… nuestra vida sería, simplemente, mucho más complicada.

La tecnología empeora nuestras vidas. Nos vuelve, irónicamente, máquinas al servicio del propio producto a consumir. Nos enajena. Nos controla. Nos da una aparente solución que en realidad solo ocasiona terror.

Black Mirror, creada por el visionario Charlie Brooker, es una serie de antología caracterizada por cuentos de ciencia ficción en donde, generalmente, vemos a la tecnología como un peligro. Aunque existen excepciones a la regla, el consenso que promueve la serie es: cuidado con los avances tecnológicos, porque pueden arruinar nuestra humanidad.

En esencia, la serie es una versión digitalizada y moderna de The Twilight Zone, serie de la década de los 50 y de los 60, también en formato antológico, que se atrevía a imaginar realidades distintas, casi siempre con un tono lúgubre, para darles a su audiencia moralejas acerca de la muerte, el paso del tiempo, la memoria, entre otros conceptos filosóficos.

A grandes rasgos, Black Mirror, con 6 temporadas y contando, deja la piel del espectador helada porque todos sus futuros, pasados o presentes alternos tienen un rango de plausibilidad bastante alto. Al mismo o a mayor nivel que capítulos de los Simpson, quienes predijeron, entre otras cosas, que Donald Trump sería Presidente de Estados Unidos. Un escándalo político involucrando a un cerdo (“The National Anthem”) y una sociedad calificada y jerarquizada por redes sociales (“Nosedive”) están entre sus futuros alternos convertidos en realidad.

Con la sexta temporada, el creador expande un poco la liga del sello Black Mirror, porque dos de los cinco episodios no recaen completamente en la tecnología, pero mantiene los elementos tétricos o graciosos que la hacen grande. Mientras el eje central de la ambición como mecanismo de autodestrucción siga ahí, la serie es oro puro. O cuando cuenta relatos que ya pueden ser reales, como el devastador “Shut Up and Dance” (sobre un joven hackeado) o el tétrico “Loch Henry” (una sátira oscura sobre nuestro amor por los documentales de asesinxs).

Sin embargo, uno de los conceptos más originales de esta temporada, para mí, fue el de “Joan Is Awful”, jugando con la premisa de “¿qué pasaría si alguien hiciera una serie sobre mí?” y llevándolo a hilarantes y aterradoras consecuencias. Su crítica sobre nuestra obsesión por el consumo de contenido es brutal.

Así, mientras Black Mirror nos haga pensar “esto podría suceder”, la serie nos tendrá en su bolsillo. O bueno, por lo menos sus mejores capítulos.

 

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