El mundo se encuentra inmerso en una encrucijada, donde los desafíos ambientales, económicos y sociales demandan un enfoque innovador y transformador. Sin embargo, al tiempo de este complejo panorama, emergen nuevos paradigmas a partir de los cuales podemos encaminarnos hacia futuros más resilientes.

Debido a que en esta era de cambios acelerados, en gran medida suscitados por la crisis ambiental, se vislumbra un despertar colectivo hacia la colaboración como pilar fundamental de la sociedad. Hoy en día, es el reconocimiento de que nuestros desafíos más apremiantes sólo pueden ser enfrentados de manera conjunta, lo que nos impulsa a buscar soluciones compartidas e integrales.

En ese sentido, no debemos dejar de lado que la creciente conectividad digital nos brinda una oportunidad única para superar barreras y reforzar nuestro tejido social, donde el bien común se sitúe por encima de los intereses individuales. Por lo que en este horizonte de cambios, cabe destacar que la transición hacia un sistema energético más sostenible, se convierte en una necesidad imperante.

Por ello, la comprensión de que la dependencia de los combustibles fósiles es insostenible, nos empuja hacia una revolución energética, a través de la cual se adopten nuevos esquemas de producción y consumo de energía, que son parte esencial de la construcción de un futuro más sustentable tanto para el planeta como para la población.

En ese marco, es preciso señalar que diversas voces han hablado de que en el antiguo paradigma, imperante hoy, se llevaba a cabo una economía basada en la propiedad y el consumo desmedido. No obstante, en la actualidad ha comenzado a surgir un modelo alternativo, cuya economía se basa no sólo en el acceso, sino también en el  intercambio colaborativo.

Esta economía, impulsada por tecnologías digitales, nos permite maximizar el uso eficiente de los recursos, reducir el desperdicio y nos plantea nuevas oportunidades encaminadas hacia la equidad y la justicia social, donde el bienestar colectivo se convierte en el eje central de nuestra prosperidad.

El futuro no se construye solo, sino en colaboración. Por ello, la comprensión de nuestra interdependencia y la necesidad de abordar los desafíos globales nos exige trascender los límites tradicionales del pensamiento y la acción política.

Por lo tanto, la creación de redes de colaboración a nivel local, regional e internacional es vital para enfrentar problemas complejos como el cambio climático, la pobreza y la desigualdad, ya que sólo trabajando juntos, de manera inclusiva y solidaria, podremos allanar el camino hacia un futuro sostenible y próspero para todas las generaciones venideras.

En un entorno de transición –en medio de crisis financieras, energéticas y climáticas– el renacimiento del pensamiento global, se nos presenta como un punto de inflexión donde el individualismo cede paso a la colaboración y la sostenibilidad, donde la necesidad de políticas y programas de transición se muestran a sí como medios a través de los cuales alcanzaremos sociedades más resilientes.

¿O será otra de las cosas que no hacemos?

 

Consultor y profesor universitario

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