Esta semana somos un país menos atractivo para la inversión, el nivel de riesgo de entrar al mercado mexicano se elevó y los temores sobre el futuro económico-financiero de esta nación empiezan a contagiar las expectativas de una recomposición en una época post-López Obrador.

El propio Andrés Manuel López Obrador ha dicho que cualquiera de sus “corcholatas” implicaría una continuidad con cambio, más corridos hacia el centro y menos radicales que él.

El Presidente dice que está garantizada la continuidad. Da por descontado que al costo que sea no permitirá que la oposición le arrebate el poder ejecutivo y buscará, también a cualquier precio, una mayoría legislativa.

Pero ¿qué tal si la reflexión presente es que solo una persona le puede garantizar que, efectivamente, su proyección personalísima de Gobierno no tenga ninguna desviación?

La figura que utilizó López Obrador para arrebatar la concesión y los activos a Ferrosur, de Grupo México, no fue la expropiación sino una “toma temporal”. Solo el tiempo que hace falta antes de que termine la concesión dentro de cinco años.

¿Podría este régimen permitirse una toma temporal del poder en lo que López Obrador considera que se ha concretado su “Cuarta Transformación”?

López Obrador tiene planes legislativos para septiembre del 2024, cuando constitucionalmente le queden cuatro semanas de mandato. Ninguna de sus obras emblemáticas habrá de arrojar algún buen resultado antes de que concluya su presidencia.

Y aun el más sumiso de sus ungidos eventualmente se sentará en esa silla presidencial y sentirá el poder que ya está visto que sí enloquece.

Ayer López Obrador hizo una confesión interesante sobre el papel de las fuerzas armadas como su piedra angular en el poder. Dijo que designa al Ejército y a la Marina como beneficiarios de la operación de una larga lista de bienes de la nación, porque los organismos civiles no aguantarían el primer pellizco ante un eventual cambio de las políticas públicas bajo otra administración.

El presidente Andrés Manuel López Obrador está formado en ese viejo régimen priista de la segunda mitad del siglo pasado que centralizaba el poder en un todopoderoso Presidente en turno.

Con casi 75% de su periodo constitucional de Gobierno consumido, López Obrador sabe que en ese viejo régimen se aceptaba la hegemonía del partido único, pero no nunca la permanencia de una misma persona en el poder. Debe saber que ni siquiera sus más fieles seguidores aceptarían una ruptura democrática de ese tamaño.

Parecería que desde el poder presidencial hay la sensación de que a estas alturas no habría trabas electorales para mantener la titularidad del poder ejecutivo. Las preocupaciones empiezan en la conformación del poder legislativo que, hoy, difícilmente le garantizaría una mayoría absoluta, ni hablar de una mayoría calificada.

Pero hay algo más, nadie, absolutamente nadie, le garantiza que cualquiera de sus corcholatas hoy conocidas le garantice apegarse al cien por ciento a su forma de conducir al país.

Hasta el más sumiso podría tener una chispa de sentido común y renunciar a muchas políticas públicas que hoy claramente le están costando muy caro al país. Eso es algo que difícilmente López Obrador se querrá permitir.

 

    @campossuarez