Actualmente, parece haber una ventana de oportunidad que se cierra rápidamente en lo que respecta a asegurar un futuro habitable, pues en medio de desastres ecológicos y de las crecientes temperaturas globales, la agenda ambiental se presenta ahora como uno de los hitos más críticos de nuestro siglo.

Se trata de una realidad inminente, y el sinnúmero de movimientos para abordarla se fortalece cada vez más, a tal grado que incluso los jóvenes, quienes usualmente parecen estar apartados de la discusión pública, no sólo han abrazado esta lucha, sino que también se han levantado ante las desastrosas consecuencias del calentamiento global.

En ese contexto, quisiera destacar que, durante los últimos meses, ha resurgido, de un modo casi subterráneo pero persistente, uno de los actores más relevantes en torno a este tema que, en el marco del Día de la Tierra, congregó a decenas de miles de activistas climáticos y ciudadanos en Westminster, para unirse a The Big One, una manifestación climática que contó con la presencia de más de 200 organizaciones, lideradas por Extinction Rebellion (XR).

Aunque si bien hay quienes han cuestionado la eficacia de las tácticas disruptivas de XR, lo que es innegable es que han logrado captar la atención de los medios, ayudando a cambiar el enfoque de la conversación en torno al cambio climático, optando por una estrategia más pacífica con el objetivo de restaurar el prestigio que alguna vez perdieron. Y me parece que ello se pudo ver en las recientes manifestaciones, cuando “Unidos para sobrevivir” se erigió como lema para convertir los alrededores del Parlamento británico en un espacio para el diálogo.

No debemos olvidar que en 2020, XR estuvo al borde del abismo. La pandemia devastó al movimiento al impedir reuniones, captación de nuevos miembros y la planificación de actividades. Aunado a la mala percepción que recibieron sus acciones en octubre de 2019, cuando bloquearon un tren de cercanías en Londres utilizado por la clase trabajadora. Lo que les obligó a reevaluar su estrategia a la luz de mecanismos de protesta con números más pequeños en el terreno y la aparición de grupos radicales como Just Stop Oil; lo cual resultaba un territorio desconocido, para un grupo que alguna vez fue un movimiento insurgente.

Sin embargo, también es cierto que XR tiene un largo camino por recorrer para que sus demandas tengan lugar en la agenda pública, pues no es de sorprender que las mismas se encuentren constantemente amenazadas por la incipiente coalición de intereses económicos y políticos, como justo sucedió en 2008, cuando el movimiento se desmoronó a la sombra de la crisis financiera mundial.

En tales circunstancias, parece ser que el movimiento climático necesita un enfoque más amplio y diverso. Se requieren respuestas integradas, pues mientras celebramos el impacto que XR ha tenido en el movimiento climático, también debemos reconocer que la realidad está cambiando aún más rápido de lo que los científicos predijeron.

¿O será otra de las cosas que no hacemos?

 

Consultor y profesor universitario

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