Mucho se ha dicho sobre las diferencias entre el cine y la televisión. Antes eran muy claras: el cine era más “elegante”, con equipo de producción, costo y actores de primera, mientras a la televisión se le veía como una herramienta solo para pasar el rato, donde la cantidad era reina sobre la calidad de contenido.

Ahora, las distinciones entre una y otra son más complicadas de percibir. La tele se convirtió de autor, porque ya grandes actores, equipo de producción, así como elevados costos, se requieren para generar series, debido a la demanda del público. Aún así, la cantidad de producciones no ha parado.

A pesar de las similitudes, algo se mantiene como un distintivo clave: la duración. Los episodios de drama, alrededor de una hora. Los de comedia, más o menos la mitad de ese tiempo. Además, la televisión suele contar sus historias en varios episodios, mientras las películas, independientemente de si generan secuelas o no, fueron hechas para verse como un hecho aislado, con una extensión de por lo menos 90 minutos y hasta donde lxs realizadores vean óptimo.

Sin embargo, las cosas comenzaron a cambiar cuando se les otorgó más libertad creativa a las producciones de la pantalla chica. Un gran precedente para ello fue Game of Thrones, cuya estrategia consistió en capítulos más largos, sobre todo para sus últimos cuatro, sin importar cómo interrumpieran la programación habitual de HBO: al fin y al cabo, es una de sus series más populares. Por tanto, se podían dar el lujo de aumentar la extensión de sus episodios como quisieran.

Pero quien realmente cambiará las reglas del juego, desde mi punto de vista, será Stranger Things, porque el lanzamiento, así como éxito de su cuarta temporada, con episodios de mínimo una hora y un final de 2 horas y media, hizo dos cosas extraordinarias.

En primera, demostró las ventajas—generalmente—que pueden ocurrir cuando se le da a los capítulos la libertad de ser tan largos como se necesiten, con tal de contar la historia de la forma idónea, sin correteos o sin darle a cada personaje el tiempo indicado para brillar en pantalla.

En segunda, pone en tela de juicio los hábitos del público. Cuando antes se tenía la teoría de que quienes devoran series ya no ven largometrajes por su extensión, ahora, con capítulos más largos, se desmiente esto. Claro, no sabremos a ciencia cierta cuántas personas habrán pausado la transmisión del final de temporada para hacer otras cosas, mas afirma esto: mientras el contenido enganche, da igual cuánto tiempo lxs usuarios dejen a un lado para disfrutarlo.

Aunque puede tener sus pormenores darle total libertad a las mentes creativas con sus producciones, el futuro de la televisión son las plataformas digitales. Varias series, sobre todo las de escala épica, imitarán este concepto para realmente dejar satisfechxs a sus espectadores. Porque nada tan amargo como una serie cuyo epílogo es limitado.

 

 

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