Cuando Francis Fukuyama habló sobre el fin de las ideologías, el triunfo del liberalismo y de la lucha entre democracias contra autoritarismos en su libro El fin de la historia y el último hombre a principios de los años 90, sus argumentos fueron atractivos y polémicos dentro de la comunidad científica y política de entonces. La disolución de la Unión Soviética y los procesos de transición de los países exsocialistas de Europa del Este soportaban la idea de que se aproximaba el fin de las confrontaciones entre Estados, el triunfo de la democracia como forma política y del capitalismo como sistema de producción. La expansión de los procesos globalizadores y la proliferación de tratados de libre comercio, impulsaron la creación de cadenas globales de producción y suministro; lo que fortaleció la percepción de que, como auguró la Organización de Tratado del Atlántico Norte en 1991 en la cumbre de Roma, las amenazas a la seguridad internacional provendrían de conflictos internos derivados de la inestabilidad política, económica y social.

Durante estos años, los conflictos a nivel internacional efectivamente se habían alejado de las conflagraciones entre Estados, lo que parecía ampliar el debate de la seguridad hacia temáticas más relacionadas con el desarrollo y el bienestar de las personas. La agenda en materia de seguridad internacional había puesto en primacía al crimen organizado trasnacional, el terrorismo, los conflictos regionales y, recientemente, al cambio climático y la salud, todos ellos alejados de esquemas de defensa militar.

Por otro lado, en la política internacional, pese a los crecientes desencuentros entre Rusia, Estados Unidos y los países de la Unión Europea, derivados de los constantes señalamientos hacia el autoritarismo de Vladímir Putin (contrastando su capacidad para sacar a su país de la crisis pos-socialista y centrarla de nuevo como una gran potencia); las teorías que señalaban a Rusia como patrocinador de candidatos populistas en Estados Unidos, Francia y España, entre otros, y la insistencia de Estados Unidos por ofrecer la membresía de la OTAN a países cercanos histórica y geográficamente a Rusia, como lo es Ucrania; nadie se hubiera imaginado que, después de dos años de una terrible pandemia que ha azotado al mundo, actualmente estemos hablando de una guerra en el continente europeo.

Hoy, a más de 30 años del anuncio del fin de la historia y a la luz de los acontecimientos que estamos viendo en territorio ucraniano, podemos afirmar que los neoliberales tuvieron razón en el diagnóstico: los conflictos armados se librarían entre Estados democráticos contra Estados autoritarios, como podrían ser vagamente catalogados Ucrania y Rusia; y dos, dado el intrincado proceso de globalización y el alto desarrollo de las cadenas de valor internacionales, la guerra tendrá un alto costo económico y social a nivel mundial. Esta conflagración se sentirá en todas partes del mundo no solo por lo que implica en términos militares sino por lo que implicarán las sanciones que imponen Rusia la Unión Europea y Estados Unidos. En suma, el diagnóstico de Fukuyama fue acertado, pero la sentencia fue errónea: los conflictos entre Estados persisten no obstante el altísimo costo y, pese a todo, la Realpolitik y la defensa se siguen imponiendo en el mundo.

@ana_trujillo670

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