TRAICIÓN
Foto: AFP / A pesar de considerarse una democracia, en Venezuela el Poder Ejecutivo se alarga en sus periodos tras polarizar a la población, que debe estar a favor o en contra de su régimen, con su respectiva recompensa... o precio  

Entre las reglas no escritas de la democracia se encuentran las relacionadas con la tolerancia y la aceptación de la derrota, pues este sistema de gobierno implica en cada elección la posibilidad de perder… pero también la de volver a participar. A veces, no jugar bajo las normas y llamar “traidores” a los contrincantes lleva implícito el riesgo de legitimar desde el poder actos de violencia, según corrientes del análisis crítico del discurso.

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Años de práctica democrática dejan ver que, cuando gana el rencor tras la derrota, se comienza a fragmentar la base de cualquier Estado, por más respetuoso que se diga de la soberanía del pueblo, y se empieza a hablar de “enemigos de la patria”.

Expertos como Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, de la Universidad de Harvard, han encontrado este fenómeno en Estados Unidos, por ejemplo, donde tocó a la administración de Barack Obama vivir la erosión más notable de la dinámica bipartidista entre los demócratas y los republicanos. Pero la llegada de Donald Trump convirtió la competencia política en guerra de lodo personal, cuestionando al mismo Obama por su origen, dudando sobre su nacionalidad y sobre su “amor por América”.

El colmo llegó en 2021, cuando el multimillonario llamó “traidor” a su vicepresidente, Mike Pence, y cientos de sus simpatizantes comenzaron a acosar a su examigo por redes… y en persona el mismo 6 de enero, cuando una turba tomó el Capitolio, ocasionó cinco muertes y buscó al funcionario para “reclamarle”. Nadie sabrá qué hubiera pasado si lo encontraban.

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Según el análisis que el politólogo Robert Dahl hace sobre la democracia -que solo es perfecta en la teoría-, el derecho a la participación efectiva, que se logra mediante el libre acceso a la información, dota al ciudadano con el deber de cuestionar aquello que no funciona dentro de la agenda gobernante. El problema aparece en la praxis, donde el discurso desde el poder ha logrado imponer la necesidad de organismos de seguridad alineados a sus objetivos, legitimando a grupos violentos que muchas veces solo esperan ese “aval” de su líder, como lo es un presidente.

No olvidemos eventos trágicos, como el del 11 de abril de 2002 en Venezuela, cuando la confrontación verbal de manifestantes del oficialismo y la oposición culminó en la “masacre del silencio”, en las inmediaciones de Puente Llaguno. Todo derivado de las exaltaciones discursivas de Hugo Chaves, en contra de quien se reveló una minoría militar, cuyo golpe quedó anulado 48 horas después para regresar al Palacio de Miraflores.

 

 

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