Sobre cualquier cuestión hay dos argumentos opuestos entre sí

Protágoras

Lo que hace a una mente humana mansa y domesticable es su identificación total con una idea y el rechazo a todo lo que parezca opuesto a ella.

Esa es una mente de creatividad adormecida. No podrá generar oportunidades ni identificar las que otros le proporcionen porque, como dice el universalizado dicho: “no ve más allá de sus narices”.

Estamos acostumbrados a pensar que en una discusión, o una confrontación de cualquier otro tipo, debemos defender nuestra posición como la verdadera, y desarmar al contrincante, hacerlo ver su error.

Esta es la manera en que tratamos todo el tiempo de resolver lo que en la mayoría de las ocasiones son aparentes conflictos.

La realidad es que, en no poca ocasiones, “cosas que parecen opuestas pueden de hecho estar trabajando juntas”, como lo expresara el prolífico escritor hindú Idries Shah, en su libro Seeker After Truth.

En el campo de la ciencia, el danés Niels Bohrtried nos dijo lo mismo, al asegurar que la partícula y la onda existían simultáneamente, aunque no se puedan observar juntas, lo que revolucionó la mecánica cuántica.

Einstein, a su vez, llegó a la conclusión de que un objeto puede estar en reposo y en movimiento a la vez, dependiendo del punto de vista del observador, lo que lo condujo a la teoría de la relatividad.

Históricamente le hemos llamado dialéctica a este intercambio combativo de argumentos, cuyo resultado no puede ser –en nuestra cerrada mente–, una síntesis, sino el predominio de una de las posturas y la derrota de la otra.

Desde este paradigma peleamos con nuestros seres queridos, hacemos guerras, despreciamos lo distinto, discriminamos, pero, sobre todo, nos atolondramos e insensibilizamos.

Las consecuencias de un pensamiento unipolar son la pobreza mental y emocional, así como una vida monótona y sin perspectivas.

Por supuesto el remedio a esto es una de las cosas más fáciles que podemos hacer. A veces, romper paradigmas milenarios no requiere más que darse cuenta del error, admitirlo internamente y disponerse a corregirlo.

Simplemente se trata de que, en el proceso dialéctico, seamos nuestro propio contrincante, lo que podría describirse como “hacerle al abogado del diablo”. A esta apertura mental se le llama hoy en día, en el ámbito de la psicología, “mente paradójica”.

En cualquier problema dialéctico que planteemos, ya sea en filosofía, ciencia política o cualquier otra disciplina que haya adoptado el concepto, debe haber una solución a la interacción de opuestos. Puede ser efectivamente que uno de ellos predomine cuando ya no pueden ser conciliados los puntos de vista, pero lo más frecuente es que exista una síntesis entre ambos. Un producto diferente, sincrético.

Si esto puede suceder en nuestro exterior, en beneficio de ambas partes, puede pasar en nuestro interior. Ampliar nuestro punto de vista a, quizá no solo una, sino varias formas de enfocar un solo asunto, despertará nuestra creatividad, nuestro entusiasmo por el conocimiento.

Fue el psiquiatra Albert Rothenberg quien investigó primero esta idea, en 1996, con un estudio sobre la forma de pensar de 22 genios reconocidos. Cada uno de ellos había dedicado un tiempo considerable a la antítesis de su tesis, por lo que encontraron, finalmente, un nuevo punto de vista.

Si entendemos que los aparentemente irreconciliables opuestos son solo puntos de vista diferentes, provenientes de la necesarísima diversidad del universo y, por tanto, del pensamiento, comprenderemos el inmenso poder del conflicto para construir, y no para destruir.

Quitarle a la mente el cerco de una creencia unipolar nos lleva a “pensar fuera de la caja”, que no es otra cosa que contemplar todas las posibilidades para sintetizar varias realidades.

Y he aquí otro reto para la mente paradójica: la realidad no es una. Es relativa. Pueden coexistir varias, y ninguna es menos real que la otra. Esto sucede no solo en la física, sino en nuestras vidas cotidianas.

delasfuentesopina@gmail.com

@F_DeLasFuentes