El triunfalismo mostrado ayer por el presidente Andrés Manuel López Obrador tiene como sustento dos pilares: sus otros datos y la ausencia de una oposición articulada y fuerte que le impida gobernar como virrey.

De los otros datos mejor ni hablamos.

López Obrador habló de un país distinto en el que el crecimiento económico está a la vuelta de la esquina, el empleo en niveles nunca vistos, la delincuencia contenida, los militares contribuyendo al trabajo social (¿?) y el sistema de salud casi canadiense.

Cero autocrítica.

La otra parte de la responsabilidad es de la oposición, política o de la sociedad civil, que no logra articular una estrategia para contener las decisiones faraónicas del jefe del Ejecutivo.

Los gobernadores del PAN (¿recuerdan?) crearon una asociación fuera de la Conferencia Nacional de Gobernadores -muerta de muerte natural- para hacer frente a lo que consideraban un reparto inequitativo de los recursos federales.

Hicieron ruido mediático, pero nunca concretaron una sola de sus propuestas.

Bastó con que se anunciara la investigación en contra del gobernador de Tamaulipas, Francisco Javier García Cabeza de Vaca, para desarticular la oposición.

Después las elecciones intermedias se encargaron de darle el golpe final.

Lo mismo ocurrió con la llamada Alianza Federalista, en la que participaban panistas, priistas, el único gobernador del PRD Silvano Aureoles, Jaime Rodríguez “El Bronco’’ y el emecista Enrique Alfaro.

¿Qué pasó con ese aguerrido grupo?

Nada, no pasó nada a pesar de la expectativa que habían generado por las bravatas de Aureoles (sobre quién hay una investigación), Alfaro y hasta el propio “Bronco’’.

Los gobernadores que sustituyeron a los miembros de la Alianza y del grupo de panistas son morenistas, en su mayoría, y los que aún gobiernan pero son de partidos de oposición están totalmente alineados a Palacio Nacional.

Si no lo cree, échele un ojo a las declaraciones de Alejandro Murat, de Omar Fayad o del propio Carlos Joaquín González en Quintana Roo.

Dicen que nadie debe pelearse con el jefe del Ejecutivo por algunas razones totalmente entendibles.

Pero de eso a avalar ocurrencias que pasan por encima de la Constitución, es otra cosa.
Usted póngale nombre.

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El senador Ricardo Monreal no fue a la fiesta de López Obrador porque “se le hizo tarde’’.

El aspirante presidencial había dicho en la víspera que estaría en primera fila celebrando el tercer año de Gobierno del Presidente pero, providencialmente, se prolongó la comparecencia de la futura gobernadora del Banco de México Victoria Rodríguez Ceja y pues ya no le daba tiempo de llegar.

Monreal, viejo lobo de mar, sabe que los vacíos se llenan y que santo que no es visto no es adorado.

Ojalá no se le haga tarde a la hora de pelear por la candidatura presidencial.

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Lo mismo le pasa a Marcelo Ebrard, quien pese a ser uno de los secretarios de gabinete con mejores resultados y mayor presencia mediática, se está quedando a la zaga en la carrera presidencial.

Ebrard fue un convidado de palo en el festejo vespertino; fue uno más entre los miembros del gabinete legal y ampliado pese a que el evento pudo haberle reportado algún beneficio político.

Parece que ni Monreal ni Ebrard alcanzarán en la carrera a Claudia Sheinbaum cuya presencia en eventos presidenciales parece indispensable.

Sheinbaum ha experimentado una transformación: actúa, se mueve y habla ya como candidata presidencial.

Porque hay quien no solo lo permite sino que lo alienta.

LEG