Es de sabios rectificar. He dicho varias veces que nuestro Presidente mira, como la meta de toda una vida, como el Grand Finale de este proceso de transformación histórica que él, más que encabezar, encarna, hacia los gloriosos 70. Lo digo como va: es injusto. El error, dicho sea en mi descargo, se puede entender: ahí está esa obsesión paraestatal de la que tanto se ha hablado, tan portillista, tan pre años 80. Me refiero a la obsesión que lo mueve a impulsar un Estado cilindrero, con el Gas Bienestar; o a lanzar una aerolínea capitaneada, como Dios manda, desde Palacio Nacional, esa a la que provisionalmente, decía, podemos llamar Chairolíneas Mexicanas; o incluso a palomearle al canciller una aventura espacial latinoamericana, algo que parece una contradicción en los términos pero que seguro culminará con el lanzamiento, mínimo, de un transbordador movido con combustóleo. El Tzompantli I, por decir.

También es cierto que en su utopía, el Presidente nos ve a todos en un mundo puro y familiar, tal vez dormido pero no muerto, que no es sino ese que recordamos los cincuentones. Me refiero al mundo en el que todavía no llegaba el Mesa Pong a corrompernos; ese mundo de ceremonias de la bandera, desfiles patrios, cadenas nacionales y familias reunidas en torno a las velas, por aquello de la soberanía energética, con el aroma del chocolate Abuelita impregnado en los suéteres de Chiconcuac.

Pero la mirada histórica de ese líder único, la perspectiva puesta en horizontes que los demás, los del pueblo bueno, ni siquiera alcanzamos a vislumbrar, esa mirada propia de un ave de altos vuelos (“Con ustedes, Andrés Manuel López Obrador, el Halcón de Tepetitán”), llega en realidad mucho más lejos, mucho más allá de los 70. A ratos, pa’pronto, llega incluso al siglo XIX. Piénsenle: el divorcio lo practicamos inmoral, corruptamente, ajenos a las Escrituras, al menos desde 1914, por culpa de Carranza, y el feminismo, ese vehículo para el saqueo, está entre nosotros desde 1840 y pico, más o menos. Y sí, ya sé que el Presidente dijo que son dos plagas traídas por el neoliberalismo, pero es que el Primer Historiador de la Nación entiende bien de licencias poéticas, así que no se pongan puntillositos.

De modo que mejor relájense y disfruten, porque el sueño que empieza movido por el combustóleo puede terminar, digamos, jalado por una carreta, como aquel trapiche. Estamos, sí, en un avance firme hacia el pasado, con –decía algún escritor gringo– un gran futuro a nuestras espaldas.

@juliopatan09