Foto: Gibrán Villarreal En mausoleos que datan del siglo XIX, reposan en este cementerio de la colonia Guerrero los restos de próceres como Benito Juárez y José María Lafragua, y hasta del primer asesino serial de México: Juan Manuel de Solórzano.  

“El que por gusto muere, hasta la muerte le sabe”, dice uno de los refranes que se leen en la entrada del Museo Panteón de San Fernando, en la colonia Guerrero, alcaldía Cuauhtémoc.

Los mensajes “descansan en paz” sobre el suelo, dispuestos a saltar a los ojos y meterse bajo la piel de los visitantes para hacerlos reflexionar.

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De pronto, “el diablo Judas” invita a los presentes a cruzar las rejas del lugar de los muertos. Es de día, pero una sensación nocturna invade el cuerpo.

Sobre los muros están las placas de personajes como Isadora Duncan, creadora de la danza contemporánea, y quien falleció en Francia al atorarse su mascada de seda en las ruedas de su convertible.

Luego de atravesar las puertas del camposanto, el gris de las tumbas contrasta con el color del papel picado y de las calaveras, mientras efigies de diablos vigilan desde las esquinas.

En los muros ya no sólo hay nombres de difuntos, sino también epitafios: “Hablad bajo… No le despertéis…”.

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Sin dar aviso, aparece el sepulcro de Benito Juárez con su escultura de mármol, característica del siglo XIX, y su célebre frase: “El respeto al derecho ajeno es la paz”.

Después, debajo del sol ardiente se ve el nombre de Ignacio Zaragoza y frente a él, tras unos gruesos barrotes, el de Vicente Guerrero.

El público inmortaliza el momento con fotos y se maravilla de que nombres tan ilustres hagan relucir al emblemático panteón.

Una voz interrumpe y se presenta: es Adrián Villegas, un historiador vestido de charro, quien se sube a un escalón del mausoleo de Benito Juárez y da la bienvenida a los presentes.

Aderezando su plática con historias de fantasmas que penan por la capital, Adrián relata episodios de los personajes cuyos restos reposan en San Fernando.

En el mausoleo del liberal Leandro Valle, el narrador se quita el sombrero y con voz solemne cuenta las guerras que atravesó el militar aliado de Juárez, así como sobre su amistad con el conservador Miguel Miramón. Hasta en los campos de batalla ambos se escribían mensajes sobre las hojas de maguey o en los troncos de los árboles.

Adrián anuncia que cerrará su presentación con la leyenda del primer asesino serial de México: Juan Manuel de Solórzano, quien, celoso, pactó con el diablo para descubrir con quién lo engañaba su esposa.

Así fue como Satanás le dijo a Juan Manuel que a las 11 de la noche afuera de su casa, en la calle de Uruguay, matara al primer hombre que viera hasta que él apareciera. Una noche, el diablo se presentó al lado del cadáver del sobrino de don Juan, quien por remordimiento se suicidó y hasta el día de hoy se le puede ver por las calles nocturnas preguntando la hora.

LEG