Llegó Mario Vargas Llosa a México y puso en pie de guerra a la progresía institucional, luego de una entrevista con Carlos Loret de Mola en la que, entre otras cosas, criticaba a López Obrador por lo que todos sospechamos: que muere de ganas de reelegirse. Y lo dicho: se le fueron a la yugular.

La crítica más destacable fue la de Beatriz Gutiérrez Müller. Digo que es destacable porque a Vargas Llosa le habían pegado mucho, en muchos sitios y por muchas razones, pero nunca por andar corto de lecturas.

Lo que pasa es que sí, México es único y aquí le recetaron leer más, porque al parecer eso ayuda a que vaya bien algo llamado “cognitividad”, una palabra rarísima: no importa cuántos libros leas, no aparece por ningún lado. Ni modo.

Habrá que recordar, otra vez, que a Vargas Llosa le debemos ese libro sobre la novela que es La verdad de las mentiras, o estudios minuciosos, esclarecedores, inteligentísimos, sobre Sartre y Camus, García Márquez, Borges, Onetti y los libros de caballería.

Más importante aún es recordar que el caballero sigue leyendo. Vean si no su columna de El País, en la que, para no ir más lejos, acaba de contarnos que se recetó 800 páginas sobre la historia del maoísmo. Muy buena recomendación, dicho sea de paso. Maoísmo. Una historia global, se llama el libro, y es de Julia Lovell.

Sin embargo, no cualquiera tiene el temple de poner en solfa a don Mario por iletrado, o, más ampliamente, por sus no virtudes literarias: apenas se asomaron un par de apuntes, de veras bobos, en ese sentido.

Lo normal fue, como siempre, encontrarse con el estribillo: “Es un gran autor, pero no debería hacer análisis político”. La verdad es que sí debería. Como Paz y como muy pocos más, Vargas Llosa reúne un talento literario sin competencia con una envidiable lucidez para entender la política. Fue de los primeros en darse cuenta de que el castrismo era una farsa grotesca, entendió rápidamente la aberración a que apuntaba el sandinismo y desnudó a Chávez cuando muchos le aplaudían (Maduro no es la traición a un elevadísimo ideal, sino la decadencia de una aberración guapachosa), pero tampoco ha escatimado críticas a Israel, lo que lo saca francamente del guión chairo.

Recientemente, ha demostrado que esa lucidez no claudica, y vean sino sus reflexiones preocupadas sobre la llegada al poder en Perú de Pedro Castillo, que, vimos ya, no es propiamente la aristocracia del espíritu.

Vaya, que a sus 85 años Vargas Llosa parece tener intacta la cognitividad, sea lo que sea.

 

@juliopatan09