No hay (había) ceremonia cívica más importante para los mexicanos que la celebración del Grito de Independencia.

El Grito unificaba a la sociedad en un solo sentimiento; ni conservadores, ni liberales (hoy chairos y fifís), solo mexicanos celebrando la libertad.

Lo ocurrido durante la celebración del miércoles pasado en Palacio Nacional y diversas representaciones diplomáticas del país y los actos oficiales posteriores acabaron con esa tan valorada unidad.

Lo ocurrido en el consulado de Estambul, es para avergonzar a cualquier mexicano medianamente informado.

La cónsul, Isabel Arvide, agregó un ¡viva López Obrador! a los nombres de los héroes independentistas que por protocolo se tienen que gritar esa noche.

La alcaldesa de Iztapalapa, Clara Brugada, rebasó cualquier límite de servilismo (con una alta carga de futurismo) al agregar al nombre de López Obrador una arenga a favor de ¡Claudia Sheinbaum!

Para rematar con los ejemplos está la flamante gobernadora de Campeche Layda Sansores que se aventó un ¡viva! a la 4T.

Todos los presidentes en turno -todos- agregan frases, sujetos, entidades o instituciones en sus arengas.

La diferencia con el Grito que dio el presidente López Obrador el miércoles es que éste último hizo énfasis en el discurso divisorio y no en las características o elementos que refuerzan la unidad nacional.

No es una visión particular; es un sentimiento generalizado que se pudo palpar en los cientos de miles de mensajes en las redes sociales en los que, incluso simpatizantes de la 4T, manifestaron su desacuerdo en la forma en la que se conmemoró la fecha nacional por excelencia.

No había necesidad de polarizar a una de por sí dividida sociedad mexicana, que se cuartea con cada descalificación presidencial.

La fiesta del Grito de Independencia terminó siendo una pachanga de barriada, en la que se ostentó un vil servilismo y el culto a la personalidad en detrimento de algo que debería ser sagrado para cualquier Gobierno: la unidad de los mexicanos.

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Dicen que no se debe hablar de la soga en casa del ahorcado.

El dicho se debió aplicar al presidente López Obrador que gritó un ¡viva la democracia! Cuando su invitado principal a la celebración de la Independencia Nacional fue precisamente el heredero de la dictadura cubana, Miguel Díaz-Canel.

Detalle menor que fue saldado cuando al Presidente cubano se le cedió el micrófono para que elogiara la gesta libertaria de México -y la participación de generales y oficiales cubanos en la misma- cuando tiene a sus ciudadanos con la bota en la cabeza.

La pregunta es cómo tomará el Gobierno de Biden la posición que tomó el Gobierno de López Obrador en favor de un tirano.

No tardaremos en saberlo.

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Todavía con escepticismo, pero con un poco de más luz, se está viendo la actuación del nuevo secretario de Gobernación, Adán Augusto López.

La dependencia, que con la señora Olga Sánchez Cordero fue solo una oficialía de partes, recobra la importancia que no debió perder para la solución de conflictos internos que amenazan la seguridad interior.

El tabasqueño se ha reunido con gobernadores y exgobernadores, con senadores y algunos diputados para tratar temas de gobernabilidad.

Las reuniones son una cosa, desde luego, pero serán los resultados en el corto plazo los que terminen de confirmar si la decisión de llevarlo a Bucareli fue un acierto o un capricho.

Pero ahí la lleva.

LEG