Foto: Reuters "Por el momento necesitan sobre todo mucho descanso. No es tiempo de actividades", explica Maggie, responsable de cuestiones humanitarias a bordo  

Desde hace más de 48 horas, unos 118 migrantes que huían de Libia en dos embarcaciones de madera socorridas por el buque-ambulancia “Ocean Viking” de la oenegé SOS Mediterráneo, tratan de hacer frente al estrés con música mientras esperan a que Italia o Malta les atribuyan un puerto de desembarco tras dos solicitudes.

 

A bordo del barco, la angustia y los nervios por el rescate y el asombro a veces de estar aún con vida van dejado lugar lentamente a un poco de liviandad. Zishan, un joven migrante paquistaní de 18 años, cuenta los minutos para poder volver a escuchar su canción favorita de Bollywood.

 

La música “crea un buen ambiente, incluso si es en una lengua que no comprendo”, dice Zishan.

 

En la mañana, a la hora en que se reparte el desayuno y el almuerzo (cacahuetes, galletas, barras de cereales y un postre repleto de proteínas), acompañados de una toma de temperatura en estos tiempos de Covid-19, Zishan había hecho sonar un éxito indio de los años 2000.

 

Se trata de un breve momento de “evasión” para olvidar durante tres minutos que con su teléfono no puede llamar a su país. “Mi familia debe estar preocupada. Hace cuatro días que partí de Libia, deben pensar que estoy muerto. Me muero de ganas de llamar para decir ‘¡Estoy vivo!'”, confía a un periodista de la AFP embarcado en el “Ocean Viking”.

 

Son cerca de 120 migrantes, pero en el puente, donde las vestimentas se secan colgando de sogas este sábado por la tarde de lavado de ropa, solo se puede ver a unos cuarenta, siempre los mismos. Los otros permanecen en general sentados, jugando a las cartas o al ajedrez, o dormitan con la cabeza apoyada en el pequeño bolso que recibieron a modo de kit de bienvenida en el contenedor de 84m2 reservado a los hombres en la popa del barco.

 

Puede ocurrir que los ánimos se caldeen si alguien ocupa demasiado espacio para el gusto de los otros, como sucedió el viernes cuando dos hombres casi se van a las manos.

 

Rápido y furioso

 

“Francamente es todo muy calmo. A veces, (la situación) puede calentarse rápido, sobre todo cuando hay libios a bordo”, afirma Ludovic, marinero socorrista.

 

“Por el momento necesitan sobre todo mucho descanso. No es tiempo de actividades”, explica Maggie, responsable de cuestiones humanitarias a bordo.

 

A raíz de las medidas sanitarias sólo un puñado de miembros de SOS Mediterráneo puede circular por el puente. Y no pasan desapercibidos, con su mono color naranja tipo Guantánamo, gafas de protección y mascarillas. Para “humanizarse” un poco, dice Maggie, cada uno se colocó una foto a cara descubierta (más o menos sonriente) en el pecho.

 

Cuando no descansan o miran hacia el horizonte como Mohsin, un bangladesí persuadido de que verá saltar un delfín, los migrantes hacen sobre todo la fila: para la comida, la medición de la temperatura corporal, la ducha (tres minutos máximo en grupos de a cinco) y sobre todo en el módulo médico, que nunca está vacío.

 

No hay nada grave, precisa Anne, la médica. “Se trata sobre todo de pequeños problemas, de los cuales nos dedicamos a mostrarles que ellos mismos pueden ocuparse. También hay casos típicos de una travesía en barco, como quemaduras vinculadas al combustible en los pies, las insolaciones”, explica.

 

 

 

AR