Como a todos, en todo el mundo, el encierro y las terribles cifras de la pandemia de coronavirus nos dejará una marca, algunos confiamos en superarla y salir resilientes y otros quizá requieran un mayor esfuerzo para superarlo.

 

En una rutina cargada de estrés, donde la vida era a contrareloj, acostumbrarnos a estar en casa, a no ir a trabajar, a no enfrentar el tráfico ni la saturación del transporte público, no fue fácil. La pandemia comenzaba a crecer.

 

Los días pasaban y el mensaje oficial de un alarmante ¡quédate en casa! llegó de la mano de la nueva y forzada realidad: el trabajo en el hogar se triplicó, pues había que atender más de dos tareas a la vez; el estrés por la crisis económica llegaba acompañada de recortes salariales, la suspensión de pagos y en el peor de los casos del desempleo. Y la pandemia en el máximo nivel de contagio.

 

Nos acostumbramos a la nueva rutina y llegó el fin de la Jornada Nacional de Sana Distancia y a pesar de tener un país en color rojo, con más de 100 mil casos de Covid-19 y 13 mil fallecidos; el mensaje oficial otra vez fue confuso y la gente comenzó a salir de su casa, harta del encierro. Y los muertos por Covid-19 no cedían.

 

Desde un confinamiento lleno de contradicciones, vimos como se incrementaba la violencia contra los sectores más vulnerables (mujeres, niños, ancianos, indigentes) el racismo y la intolerancia no pudieron seguir guardados, los actos de desigualdad y las injusticias no pararon.

 

El hartazgo nos invadió, el cansancio llegó, la confusión nos alcanzó, la preocupación se manifestó, y por supuesto la pandemia, hasta el momento, no se domó.