@guerrerochipres

En una sociedad enfocada en valores como la individualidad a toda costa, la competitividad y la productividad, la salud mental suele pasar a un segundo plano e incluso considerarse una especie de lujo. En ese contexto, la tragedia sucedida en Torreón, Coahuila, el 10 de enero pasado, adopta nuevas lecturas.

Al principio se habló de la corresponsabilidad entre los videojuegos hiperviolentos y la conducta infantil, pero se omitió lo esencial: los hechos se inspiraron en la masacre de Columbine, los cuales sucedieron en una sociedad en la que el vínculo entre la cultura de armas y el alto índice de tiroteos escolares es evidente.

En el caso del Colegio Cervantes, José Ángel, a sus once años de edad, no necesitó vivir en una cultura abiertamente permisiva con lo bélico: bastó con acceder a las armas que pertenecían a su abuelo. La disponibilidad de armas es central, pero el problema no se delimita a esto.

El operativo Mochila Segura, cuya implementación se ha estudiado y, además de vulnerar los derechos de los menores según algunas voces, ha tenido resultados escasos. Lo que se decomisa, en muchos casos, es material de otro tipo.

Pero no basta revisar la mochila. Como padres, tíos, vecinos, amigos , maestros y adultos responsables del bienestar de nuestros niños no solo con quienes nos une un lazo biológico estamos llamados a revisar sus sentimientos y sus pensamientos; es nuestra obligación.

El primer paso sería aceptar que hay niños y adolescentes influenciados o condicionados por un ambiente violento, cuya manifestación más cotidiana puede ser el bullying, el acoso escolar o los diferentes niveles de maltrato al interior del hogar (desde la psicológica hasta la pederastia).

Unicef estima que el 62% de los niños mexicanos ha padecido algún tipo de violencia; entre el 1 de enero de 2019 y el 9 de enero de 2020 se recibieron 440 casos de violencia de todo el país contra menores de edad a través de la Línea de Seguridad del Consejo Ciudadano.

Es imperativo asumir que la muy válida exigencia de recuperar la seguridad en el espacio público tiene que ir acompañada por un compromiso para salvaguardar el espacio privado; el de la escuela y la familia, para empezar. Y en un nivel más abstracto, el de los valores.

Necesitamos destinar atención y recursos a programas que promuevan la inteligencia emocional y la salud mental. En muchos casos, la atención psicológica o psiquiátrica es necesaria.

Al igual que el problema, la respuesta es multifactorial: el trabajo articulado entre autoridades locales y federales, la promoción del desarme y la empatía al interior del hogar y en el caminito de la escuela implican una parte de la solución.

Para derribar los obstáculos hacia la inteligencia emocional de los menores hay pequeños actos donde el amor y la crianza se unen: aprender a escuchar a tiempo, reconocer los logros, apreciar sus actos, confiar mutuamente y conocer a fondo su día a día. También observar si cambian de humor súbitamente, se aíslan o se vuelven agresivos. Hoy,s que nunca, dejemos de juzgar, miremos y actuemos.