El partido del presidente Andrés Manuel López Obrador es tanto eso, una expresión fragmentaria y predominante de la sociedad electoral -un partido-, como es un movimiento social.

Es también el escenario de una cierta forma de la incertidumbre que caracteriza a toda democracia y a todo partido.

No es absolutamente claro qué elementos pesarán más: ¿las afirmaciones públicas o las privadas de AMLO, la capacidad de movilización territorial, la presencia en las encuestas abiertas o en la encuesta aplicada solamente a quienes sean electos consejeros estatales o nacionales?

Los adversarios de AMLO y de Morena no encontrarán muchas dificultades en establecer una vinculación esquemática y negativa entre el ajuste que ya está teniendo lugar en la víspera de la designación de consejeros estatales, el próximo 12 de octubre, y los criterios ideales que un partido moderno debería seguir para garantizar a todos los participantes un suelo parejo.

Citan insistentemente, y con razón, que el padrón de militantes debería estar disponible a todos los contendientes después de ser apropiada y oportunamente auditado.

En realidad, en ninguna organización existe total transparencia y equilibrio de oportunidades entre quienes participan; siempre se trata de un conjunto de variables ahí donde existan aspectos de “incertidumbre democrática”.

Pasa en el Consejo Técnico de una facultad o en una empresa. Eso no disculpa que el partido que está en la renovación del régimen político no haya resuelto ya el tema del padrón de militantes y la absoluta claridad de las reglas de la contienda.

Para aquellos adversarios, Morena tiene prácticas semejantes al PRI y al PRD o al PAN, el cual como se demostró con la división interna vinculada a la salida de Margarita Zavala y de Felipe Calderón terminó evidenciando una de las reglas del comportamiento humano electoral registrable en México y en todo el mundo: a la hora de la disputa real de poder en situación de competencia, la ventaja material concisa y asequible, es para aquellos que pueden imponer su propia interpretación de las reglas, en la medida en que con ello eliminan el mínimo riesgo de competencia.

Al mismo tiempo que Morena, ampliamente hegemónico, demuestra que lo políticamente interesante, en el sentido de quiénes pueden ejercer el poder respecto de otros mediante la designación de candidatos hacia el 2021, es lo que ocurre dentro de Morena y no en otro espacio partidario, otros no hayan manera de dar el ejemplo ni en la derrota.

Los demás partidos que aspiran a recomponerse respecto de los “morenismos” -más o menos progresistas- padecen la misma enfermedad sin tener las capacidades para resistirlas mucho más tiempo: se pelean más internamente y con menor esperanza de distribuirse algo importante de la proporción de candidaturas a las que pueden aspirar.

En Morena, los aspirantes parecen tener cuatro caras en esta coyuntura previa a la elección del nuevo líder nacional. Como antes se ha manifestado, la disputa se halla más bien entre dos: Bertha Luján y Mario Delgado.

@guerrerochipres