La sucesión en la presidencia de la Mesa Directiva del Senado y las formas con las que Ricardo Monreal hizo a un lado a su contrincante Martí Batres dan cuenta del oficio que, en las últimas décadas, ha adquirido el multifacético zacatecano y que lo ubican hoy, junto con el canciller Marcelo Ebrard, como una de las figuras más fuertes del espectro político nacional.

Pese a haber perdido la candidatura por la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, que le significó un profundo desgaste al interior de Morena, ya como senador, Ricardo Monreal ha sabido administrar su cercanía con el presidente López Obrador. Hoy es considerado como uno de los hombres con mayor influencia ante el Jefe de Estado sin que este vínculo sea sinónimo de sumisión ideológica.

Lo acontecido este lunes en el Senado fue una clase de cómo hacer política en los nuevos tiempos mexicanos. La imposición a través de las urnas, en un proceso difícilmente refutable, de la nueva presidenta de esa cámara, Mónica Fernández, fortaleció la figura de Monreal, desnudó la inmadurez de Martí Batres y puso de manifiesto la falta de control interno de Yeidckol Polevnsky.

A escasos minutos de donde Monreal despacha, en el piso 22 de la cancillería, Marcelo Ebrard se ha transformado en una de las piezas clave de la nueva administración, a quien se le debe que exista armonía con la inestable administración Trump. La exitosa estrategia para contener la crisis migratoria en la frontera sur y dar respuesta, uno a uno, a los desplantes del Gobierno estadounidense, le ha valido el respeto y la confianza del inquilino de Palacio Nacional.

La sofisticación del actual encargado de la política exterior del país proviene de larga data. Subsecretario de Relaciones Exteriores, asambleísta, diputado federal, senador, jefe de Gobierno capitalino y aspirante a la candidatura presidencial son algunos de los momentos que han forjado a Ebrard como una de las piezas más sólidas de la administración actual.

Tanto en los años recientes como en estos primeros meses de gestión, Ebrard se ha conducido con discreción, ha tejido acuerdos y ha dispersado aliados en el Gobierno. No existe dependencia o poder autónomo en el que el canciller no tenga un vínculo. Sin embargo, la mayor alianza ha sido con el Presidente de la República, quien ha depositado en la figura de su secretario de Relaciones Exteriores la confianza suficiente para extender su mandato a otras áreas torales de la administración.

Monreal y Ebrard, los hombres fuertes de López Obrador, tienen varios puntos en común: ambos provienen del PRI, partido al que renunciaron, han hecho carrera en la oposición, han ocupado cargos legislativos y han gobernado sus respectivas entidades natales. Los contrastan estilos diferentes de hacer política y los separa la posibilidad de alcanzar la máxima posición a la que un servidor público pueda aspirar.

Segundo tercio. Muy por debajo de su valor real se encuentran hoy los bonos de Martí Batres tras el berrinche público que hizo al no ser reelecto como presidente del Senado. Se olvida que, en oposición como en Gobierno, la política es el arte del temple y de la serenidad.

Tercer tercio. Muy grave la declaración de Olga Sánchez Cordero en la que confiesa que existe un diálogo del Gobierno con el crimen organizado. Con la delincuencia no se habla, se pacta, y este tipo de acuerdos, invariablemente, tienen como moneda de cambio la impunidad. En el mejor de los casos.