Cuando el discurso es agresivo, la idea que le antecede también lo es. Ante discursos llenos de odio como los que pronunció desde su campaña Donald Trump, lo más lógico era que tarde o temprano hubiera una matanza como la sucedida en El Paso, donde ocho mexicanos murieron. El objetivo era matar connacionales.

Las reacciones del Presidente de Estados Unidos fueron por demás absurdas. Responsabilizó a los videojuegos de este tipo de acciones y condenó a la gente que debe atenderse con un especialista antes de que terminara matando a alguien.

Es decir, el Presidente del vecino país del Norte es el origen de esta imperdonable matanza, pero de este lado también hay culpables. Son todos aquellos a quienes les llamó poderosamente la atención la campaña de Trump; recordemos a aquel secretario de Relaciones Exteriores que prometió aprender diplomacia sobre la marcha y nunca aprendió nada, pero sí invitó con los honores de Presidente a Donald Trump, antes de las elecciones en la Unión Americana.

A ellos hay que voltear a ver dentro de nuestra indignación. Porque allá, del otro lado de la frontera, hay movilizaciones que seguramente mermarán considerablemente el voto de los latinos en la reelección de Trump, que cada día está más lejos de concretarse.

Los discursos encendidos de empresario de origen irlandés sirvieron de base, excusa, razón, argumento, etcétera, al asesino de ocho mexicanos. Sin esas declaraciones la locura del asesino sólo sería responsabilidad de él mismo; sin embargo, hay otros implicados que no deben quedar sin mencionarse.

Es el odio, la necesidad de sentirse una raza superior, el miedo a ser desplazados, la obsesión por sentirse seres superiores lo que mueve ese odio que ha dejado no sólo la sensibilidad de lado, sino su parte humana que como especie debe caracterizar a todo ser vivo.

Ahora que estaba Trump a punto de ser sujeto de un juicio político y de que su popularidad va en picada, surge este problema que puede costarle la reelección. Su palabra exaltada contra quienes llegaban, según él, a invadir su espacio nunca tuvo un momento de reflexión.

Debe pensar que cada uno de los países de origen de los migrantes fueron, en la práctica, colonias de Estados Unidos, a las cuales les extrajeron todas las ganancias, desde el subsuelo hasta el aire, y ahora que han dejado sin riqueza a esos países sus habitantes se dirigen al Norte para rescatar una mínima parte de lo que en su momento fue suyo y de sus antepasados.

Porque una vez que chupó toda la riqueza natural de los países de América Central, Estados Unidos ahora rechaza a la población que no quiere morir de hambre a causa de este latrocinio del que da cuenta la historia.

El futuro de Trump está en vilo. Las expresiones de inconformidad no son sólo de las comunidades migrantes, sino de muchos hombres y mujeres que consideran que fue un acto de barbarie, ocasionado por las declaraciones incendiarias de Trump, ahora se vuelven contra Trump, contra el muro, contra los republicanos, quienes, además, deben encontrar un candidato sólido para seguir en la Casa Blanca.

Aquí, de este lado de la frontera de más de tres mil kilómetros, el servilismo de los funcionarios y mandatarios mexicanos tiene también buena parte de la responsabilidad de esta matanza. Hasta ahora surge una voz que como dique de contención exige que el asesino sea juzgado en México, porque se trata de un atentado contra los mexicanos.

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