Los tiroteos del fin de semana ocurridos en territorio estadounidense no deben ser ajenos a este Gobierno.

No es casual que a partir del discurso xenofóbico de Donald Trump, el supremacista blanco que llevan los estadounidenses en su ADN haya despertado.

Cada día son más los actos violentos en contra de migrantes o de ciudadanos de otros países que han obtenido legalmente la residencia, incluso la ciudadanía.

El discurso de Trump ha dividido a una nación que parecía haber superado su xenofobia.

En México, un día sí y otro también, desde Palacio Nacional se atiza a la división.

Ahora mismo, el país está dividido entre “neoliberales’’ y “transformadores’’; entre “fifís’’ y “chairos’’, entre pobres –y por lo tanto decentes e inocentes- y ricos –corruptos, mafiosos, prianistas.

El discurso presidencial ha permeado en México igual que el de Trump en su país.

Una anécdota para ilustrarlo.

Terminada la celebración de la Guelaguetza, en Oaxaca, un grupo de invitados de la Secretaría de Turismo debía atravesar por una rampa en la que descendían miles de personas que habían presenciado el espectáculo en la parte superior del auditorio.

En un momento, el flujo de personas que descendían de la rampa se detuvo, y quien coordinaba el grupo de invitados –parados a un costado a la espera de poder pasar para abordar su vehículo- pidió permiso a la gente para poder atravesar la fila.

Lo hizo educadamente.

Una mujer lo increpó: ¿Por qué? –Porque bajando la escalera está nuestro vehículo-.

Un hombre terció: -Déjalos pasar. Son fifís-.

Una invitada le respondió entonces: -“No, señor, no somos fifís. Ustedes no están avanzando y les pedimos permiso para pasar’’-.

El sujeto insistió: -“Sí son fifís. Ni modo que sean de la cuarta transformación con esa ropa y ese gafete’’-.

Uno de los invitados quiso responder, pero prudentemente sólo le dijo “que tenga buena tarde’’.

Sí, un incidente menor, al que faltó simplemente una mentada de madre para que eso hubiera acabado en tragedia.
¿Ya entendieron en el Gobierno?

¿O seguimos intentándolo hasta que los muertos por clasismo, racismo o como quiera llamarle estén de este lado del río Bravo?

****

En una semana, el PRI elegirá a quien será su nuevo presidente nacional.

Dos son los contendientes serios, Alejandro Moreno Cárdenas e Ivonne Ortega Pacheco.

Moreno, según algunas encuestas, lleva una ventaja clara, pero Ortega dice que no cederá y que llevará el proceso hasta sus últimas consecuencias, es decir, que sí habrá votación, sea cual sea el resultado.

Hace unas semanas, la dirigencia actual del PRI trató de negociar con Pacheco para evitarse un gasto de entre 60 y 70 millones de pesos, que es lo que costará la elección interna.

Le ofrecieron la Secretaría General, que rechazó con el argumento de que ella ya había ocupado el cargo y que lo único que le interesaba era la presidencia del partido.

Se le dijo que la Secretaría General –el segundo cargo más importante en el organigrama tricolor- podría ser para alguien de su grupo, pero lo rechazó igualmente.

Ayer, Pacheco y Ulises Ruiz anunciaron el programa Militante Vigilante, con el cual, dijeron, buscan que la cúpula priista “se robe la elección’’.

Quién sabe si le alcance a la ex gobernadora de Yucatán para ganar.

La ventaja que le lleva Moreno no es desdeñable.

Por lo pronto, antes de la votación del domingo 11, habrá un segundo debate entre los dos –son tres los registrados, pero dos los candidatos.

A ver cómo termina el asunto.