Tarde o temprano, pasará la ola populista mexicana (cuya seña característica es dividir el país en “buenos” contra “malos” y asumirse como la representante legítima de la gente). Y ese momento significará una gran oportunidad para los demócratas liberales de reinventar nuestra interacción con una sociedad impaciente, y caminar juntos, de nuevo, a la moderación política, a la sensatez, y a la planeación de país a mediano y largo plazo.

 

En otras palabras, en un futuro, el periodo populista no puede haber sido solo una expresión de disgusto con el entonces presente. No. Debe haber una moraleja para el sistema político y para la democracia liberal. En mi opinión, debemos adoptar la energía de los populistas, mas no su discurso, para reformar el poder tras 1) el vacío narrativo que habrán dejado, y 2) las limitaciones del propio sistema que habrán salido a flote gracias a sus arbitrariedades en el gobierno y a su arcaico modelo centralizador.

 

Sobre el primer punto, después de los populistas tendrá que surgir una nueva corriente, con el mismo impulso activista del populismo, pero que no desdeñe la evidencia; que no busque enfrentar a un mexicano contra otro solo para ganar o mantener votos; de índole globalista; y liberal en el sentido de revertir el expansionismo tutelar del gobierno de López Obrador.

 

Esa nueva narrativa tendrá que demostrarle a la gente que apoyó el populismo (es decir, a los decepcionados y los dejados a su suerte por el Estado) que escucha mejor que los prepopulistas (Fox, Calderón y Peña) y que el populista (López Obrador); que no repetirán su corrupción; que encauzarán la solución de las demandas sociales a las instituciones, y no fuera de estas; y que harán crecer la democracia (el peso de la voz de la gente, pues) y la vigilancia del poder hacia nuevas áreas de la vida en sociedad (y no mediante simulaciones que se aprovechan del desconocimiento de la gente). Y todo eso necesitará nuevas caras, colores, formatos de movilización, estrategias mediáticas y concesiones desde el poder.

 

Y sobre el punto dos, corregir las fallas del sistema político que el populismo empieza a revelar con su actuar, doy algunos ejemplos (que aumentarán con el resto del sexenio): la facultad presidencial de emitir memorandos que van contra la Constitución; el uso simulado de los referendos (y el debate sobre si reducir problemas complejos a un “sí” o “no” es algo realmente democrático); el rol y tono que deberían tener los medios públicos; la facultad del Ejecutivo de cancelar obras transexenales o de echar a andar proyectos altamente contaminantes sin consecuencia alguna; la exposición del presidente en tiempos electorales; la facultad del gobierno de no licitar contratos; la capacidad de los partidos de coartar la libertad de expresión de sus miembros (véase el caso Rojas Díaz Durán-MORENA); etc.

 

A veces se nos olvida, pero después del populismo, México seguirá existiendo. Los opositores debemos tener un ojo en la pugna política actual, y otro en el futuro postpopulista del país, ya que, en su momento, la sociedad mexicana nos pedirá pasar al frente. Y más nos vale tener un plan acorde a sus nuevas exigencias de forma y fondo.

 

@AlonsoTamez

 

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