Cuando en 1948 pocos países crearon el embrión de la Unión Europea, lo hicieron con mucha alma. Europa no salía aún de su tragedia, lamiéndose todavía las heridas del estigma de la Segunda Guerra Mundial. Diez millones de muertos atestiguaban el dolor de un continente tan viejo como triste.

Setenta años más tarde, la Unión Europea es un gran ente con forma. Ya tiene cuerpo y se trata de un cuerpo voluminoso. Son 27 naciones las creadoras de esa gran masa. De esta manera, la Unión Europea hoy tiene mucho cuerpo, pero carece de alma.

En 1948, aquellos países creadores de la Unión Europea la soñaron bebiéndose en los valores tradicionales, la familia, la ética, los principios morales. De hecho, años más tarde se creó la bandera azul con las 12 estrellas. Aquellas estrellas representaban la corona de la Inmaculada Concepción, un símbolo que le hacía un guiño, no al catolicismo, pero sí a los valores que inculca la religión.

¿Qué pasó entonces con aquella Europa de los valores? Ya no existen o están en desuso. Por eso se está cayendo en pedazos el Viejo Continente. Claro que influyen los aspectos económicos y políticosm pero ambos están en desuso por la ausencia de valores.

Lo que está pidiendo a gritos la sociedad es una refundación de la Unión Europea. Que emanen de nuevo los aspectos culturales que nos dieron esplendor, que no quede sólo en meras palabras.

Fue en Grecia y luego en Roma donde nació el abrevadero de la política actual. Luego sería el Renacimiento y la eclosión de la política con las ideas revolucionarias de la Revolución Francesa, y así hasta nuestros días. Pero de poco ha servido todo eso.

De nada sirve cambiar los aspectos políticos tradicionales si antes no cambiamos una manera de hacer política que se prostituyó especialmente en los últimos cien años. Podemos dar muchas vueltas, pero volveremos siempre al mismo punto.

Es el momento del cambio radical. Si no lo hacemos, nos ahogaremos en nuestro propio vómito. No lo podemos olvidar.

LEG