De pronto dejaron de importar las discrepancias sobre el futuro del tratado nuclear. Pasaron al margen las sanciones impuestas por Washington a Moscú por el caso Skripal. El hombre fuerte de Rusia y el inquilino de la Casa Blanca muestran gestos conciliatorios y ganas de dialogar.

Se verán en París el próximo 11 de noviembre aprovechando los eventos para conmemorar el centenario del fin de la Primera Guerra Mundial, una sangrienta contienda que dejó más de 20 millones de muertos, borró del mapa de un plumazo a cuatro imperios (el otomano, el austro-húngaro, el ruso y el alemán) y dio nacimiento a ocho nuevos estados en el Viejo Continente. Habría que mencionar que Estados Unidos decidió abandonar su neutralidad y entró a la Gran Guerra Europea en 1917 bajo la batuta del presidente Wilson. La gota que colmó la paciencia norteamericana, el “casus belli”, fue el hundimiento por parte de los alemanes de un barco de lujo inglés con 123 estadounidenses a bordo. La victoria de la Unión Americana de hace un siglo definió sin duda el rumbo de una potencia mundial.

Lo sabe muy bien el presidente Putin. Su país, que luchaba entonces al lado de Francia e Inglaterra, registró dos millones de muertos y cinco millones de heridos. Lo sabe toda Europa. Francia, el principal campo de batalla, el peor escenario de carnicerías humanas, la encrucijada salpicada de sangre en la que participaron decenas de países, se convierte una vez más (como en 2014) en el centro de las conmemoraciones internacionales. Con más de 1.5 millones de caídos y cientos de miles de mutilados, la Gran Guerra tiene un lugar especial en la historia de Francia, donde en casi cada pueblo se erige un monumento a los más de ocho millones de combatientes galos de hace un siglo.

Unos 60 Jefes Gobierno y de Estado, entre ellos -además de Donald Trump y Vladimir Putin- la canciller alemana, Angela Merkel, se juntarán bajo el Arco del Triunfo de París para rendir homenaje a los héroes de aquella mortífera contienda.

Será un momento ideal para que el Presidente ruso y su homólogo estadounidense hagan las paces y salven el acuerdo nuclear que tanto trabajo costó lograr en Washington en 1987, con la presencia protagónica del Jefe de la ya agonizante Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, y el entonces Presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan. Su ruptura podría desatar una carrera armamentista al estilo de la Guerra Fría, un escenario que no puede desear ningún ser sensato.