Entre la fragilidad de una Europa tan de súbito despertada al desempleo y la crisis, (representada por la candidatura de Madrid), y las incertidumbres del hemisferio musulmán recién cimbrado por la Primavera Árabe (simbolizado por la aspiración de Estambul), Tokio era el único camino coherente para albergar los Olímpicos de 2020.

En ese septiembre de 2013, España y Turquía quisieron autopersuadirse de que eran favoritos, aunque no tenían como competir con la sólida oferta de la capital japonesa. Tan sólida que, anunciaba con solemnidad, ya estaba depositado en una cuenta bancaria todo el dinero necesario para organizar esos Juegos.

El único punto flaco que los nipones debieron abordar, fueron los miedos a la radiación derramada de la planta de Fukushima (marzo de 2011). De ahí en más, esa campaña enfrentó relativamente pocos retos, por una sencilla razón: el orden japonés, su planificación, su limitado margen de improvisación, eran una roca a la que el olimpismo necesitaba agarrarse en tiempos tan indescifrables (recordemos, además, que en 2013 no se entendía cómo el caótico Río de Janeiro podría albergar el evento al cabo de sólo tres años).

Si las autoridades de Tokio clamaron en ese momento que hacer los Olímpicos les costarían no más de 8 mil millones de dólares, pudimos creer que, como mucho, el monto final quedaría por debajo de los 12 mil millones (es decir, el 50 por ciento que, inevitablemente, suele elevarse en estos casos).

Imposible sospechar que en pleno 2018 el monto estimado ya iría por arriba de los 25 mil millones, más lo que se acumule. Tokio 2020 ha padecido acusaciones de plagio de logotipo, protestas de cientos de personas desalojadas para hacer espacio a las instalaciones, cambios de planes de un estadio central que ya estaba del todo aprobado, regateos con el COI para intentar aprovechar viejos escenarios y no llenarse de elefantes blancos: un camino muy alejado de la parsimonia que se supuso en 2013.

Será el tercer evento deportivo más caro de la historia, todavía lejos de Beijing 2008 y Sochi 2014, cada cual habiendo gastado entre 40 mil y 50 mil millones, según a qué fuente nos remitamos.

Sin embargo, esas cifras son más propias de países como China y Rusia, en los que se entregan pocas cuentas al pueblo y la auditoría pública es casi nula, que en un sitio como Japón. El verdadero paralelo tendría que ser Londres 2012, cuyo costo final (y ya muy elevado en comparación con el presupuesto inicial) fue de unos 12,500 millones de dólares.

Cuesten mucho más o no, serán unos Olímpicos espléndidos y cumplirán al COI el deseo de un verano exitoso…, no tanto a la población local, recalcando que el 80 por ciento de los Olímpicos se pagará con fondos públicos,

Twitter/albertolati

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