Una tradición que sólo deberá terminar si llegara a ser innecesaria: el equipo de refugiados, confirmado para que los Juegos de Tokio 2020 representen sus segundos Olímpicos de verano.

Mejor no lo pudo definir el presidente del COI, Thomas Bach, en el anuncio de este martes: “en un mundo ideal, no necesitaríamos tener un equipo de refugiados en los Olímpicos, pero, desafortunadamente, persisten las razones por las que creamos este equipo antes de Río 2016”.

Y esas razones son las escalofriantes cifras de refugiados y desplazados que no cesan. Ya por guerras, conflictos religiosos, persecuciones étnicas, tensiones geopolíticas, crisis derivadas del cambio climático, añejos rencores revividos, por lo que sea, pero continúan existiendo decenas de millones de personas que no pueden retornar a su país. A eso se añade un marco de paranoia y cerrazón en las naciones que los tendrían que acoger, que castiga como culpables del extremismo a quienes en realidad han sido sus primordiales víctimas.

De origen, incluso en la antigua celebración deportiva organizada en el Templo de Zeus de Olimpia, los Olímpicos ya traicionaban con cierta recurrencia sus ideales. Eso incrementó en el renacer de esos Juegos: politización, ojos ciegos a violaciones de derechos humanos, maquillaje propagandístico para los regímenes más atroces.

En todo caso, es imprescindible decir que, si en algún momento los Olímpicos modernos honraron lo que el fuego de Olimpia ha de simbolizar, fue cuando el equipo de refugiados ingresó a Maracaná en la apertura de Río 2016.

Más que sus resultados, eran los mensajes de inclusión y tolerancia, tal como la nadadora Yusra Mardini me detallaba: “Si nosotros les gustamos, entonces también tienen que gustarles los demás, porque antes de ser olímpica ha sido refugiada, soy refugiada. Si nos han aceptado tienen que aceptar a todos los refugiados del mundo”.

En el evento con el que se oficializó la presencia del Refugee Team para Tokio 2020, también estuvo Yiech Pur Bier; ese atleta que, al entrevistarlo en la Villa Olímpica de Río, me dijera con ojos esperanzados que no paraba de hablar ante cámaras de todo el mundo, pensando que quizá sus padres estén vivos y puedan verlo para reencontrarse tras tantos años.

Los Olímpicos distan mucho de ser perfectos y abundan las ocasiones para criticar sus males. En todo caso, si algo han hecho bien, es esto: apoyar a la población más vulnerable del planeta, abrir los ojos de cientos de millones de aficionados, posar esos inmensos reflectores de los que goza el deporte, sobre los refugiados: esos niños que, sin opción, tuvieron que huir de su tierra y no cuentan con mínimas garantías para volver.

Twitter/albertolati

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