Los terremotos en la Ciudad de México tienen efectos retardados mucho después del primer golpe, el real, el físico, el telúrico, y cuando hablo de efectos hablo, inevitablemente, de lecciones. Se fue un año desde el de 2017 a la velocidad de la vida, que es elevada para todos menos para muchas de las víctimas.

Esa es la primera lección, que recibí de los vecinos del Multifamiliar Tlalpan, organizados bajo el nombre de Daminificados Unidos, cuando me visitaron en el espacio noticioso que conduzco en Foro TV. Deberíamos tenerlo claro todos: los días son largos y duros para quienes, pasado un año completito desde el terrremoto, porque el dinero no llega y sus casas no se levantan del piso pero, eso sí, las reuniones con las autoridades son regulares, no quedan opciones más allá de gastarse una lana en pagar renta en alguna otra parte, vivir en casa de algún pariente o de plano en alguno de los campamentos de los alrededores, inundados con las últimas lluvias y víctimas de robo en alguna ocasión.

Otra lección, relacionada con esta, es que los terremotos en México terminan por convertirse en terremotos políticos.

Lo vimos cuando el del 85, que le pasó una factura bien costosa al gobierno de Miguel de la Madrid, culminada con la rechifla histórica en el Azteca, cuando la inauguración del Mundial del 86. Y lo vemos ahora. La administración de Mancera en particular, y el perredismo chilango en general, le entregaron la plaza a Morena por goliza debido a varias razones, entre las que sin duda se cuentan las sísmicas: esos edificios que siguen sin renacer, esas grietas que no se acaban de tapar, esa ayuda, pues, que no camina como debiera, más la ideíta, que no se olvida, de poner a cargo de los dineros de la reconstrucción a los entonces asambleístas Leonel Luna y Mauricio Toledo, que no gozan de una reputación excatamente prístina y bajo cuyas iniciativas acabó parte del dinero en asuntos electorales, sorpresa, sorpresa.

La tercera lección es por supuesto que la corruptela, o al menos la “irregularidad” como premisa, no son exclusivas de algún partido, y acuérdense sino del fideicomiso de Morena, un escándalo muy bien justificado porque caray, dirán misa, pero sí era penalti.

A pregunta expresa, me dicen los vecinos del Multifamiliar Tlalpan que la inminente administración de Claudia Scheinbaum no se les ha acercado, al margen de una visita protocolaria entre las ruinas. Ojalá que la cuarta lección no sea que las cosas, carajo, no cambian.