El porrismo azota a la UNAM al menos desde los 60, como se ha dicho reiteradamente, y en este medio siglo ha tenido expresiones muy distintas, desde aquel que promovía el diazordacismo en defensa del statu quo, hasta el de la izquierda radical de finales de los 90 –el del alambre de púas en CU y la expropiación del auditorio Justo Sierra por un puñado de radicales, sí–, hasta el del otro día, de una violencia infame, quién sabe si, como se especula, vinculado de algún modo al narcomenudeo. Pero todos comparten una característica: son invencibles.

Y es que si los porros son una cosa tristemente muy normalita, mucho menos lo son las palabras francas del rector, Enrique Graue, que alguien debería tomar como una petición de ayuda si no desesperada, al menos cargada de urgencia: que “no estábamos preparados”, eso dijo sobre el ataque.

Pues no. La UNAM nunca ha estado preparada para enfrentar la violencia, que sí, plausiblemente fue orquestada, como es habitual, desde fuera, no sabemos con qué fines, pero que se engendra también en la UNAM misma, como evidencia el hecho de que hayan tenido que expulsar a 18 estudiantes, o sea muchos, identificados entre el lumpen que atacó a esos chicos. ¿Qué pasa en una universidad que están inscritos 18 matones, más los que se vayan identificando? Pasa que en realidad el porrismo es propio de la naturaleza de la Universidad, es inherente a ella, como sabemos los que hemos pasado por sus salones en el último medio siglo.

Porque sí, la ñoñamente llamada “máxima casa de estudios” es ese lugar luminoso con 30 mil estudiantes protestando contra la violencia, investigadores de élite, museos y conciertos, pero también es su reverso: un gigante con criterios de admisión tan discutibles que se pueden colar esos matones, una olla de grillos en la que el politiqueo no se dirige a donde debería, o sea a contrarrestar los intereses de grupos políticos que meten a sus hordas al campus, y una tierra de nadie en la que vigilantes sin armas ni entrenamiento enfrentan a grupos de choque y narcomenudistas –de ahí, por ejemplo, los asesinatos de que todos nos hemos enterado en los últimos meses.

Hay, pues, algo estructuralmente disfuncional en la UNAM, y la verdad, la pura verdad, es que nadie se atreve a aceptarlo y tomar medidas profundas. Esa negación estuvo a punto de costarle un riñón e incluso la vida a un chico defendido conmovedoramente por su novia, pero ni eso logrará que cambien realmente las cosas. Prepárense para más noticias atroces.
¿Cómo se llama la historia? “Cuna de porros”.