¿Cuál puede ser el peor lugar para estar mañana, además, claro, de la dirigencia de los partidos políticos perdedores de las elecciones? Sin duda, en la colonia Roma Norte de la Ciudad de México.

Desde hace dos días toda la zona en torno a la casa de transición del virtual Presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, está tomada por el servicio secreto de los Estados Unidos.

Porque a los altos funcionarios del gobierno de Donald Trump, que mañana se entrevistarán con el equipo de López Obrador, no los cuida el pueblo, sino un grupo de guardaespaldas bien equipados y bien entrenados que no van a correr el más mínimo riesgo.
Y aunque se trate de una visita a domicilio, aunque López Obrador y sus virtuales colaboradores jueguen de locales, tienen que cuidar que los representantes de Donald Trump no los chamaqueen.

El triunfo con 53% de los votos, la mayoría en el Congreso y el enorme bono democrático los tiene López Obrador dentro del territorio nacional. En el exterior, y en especial ante los ojos del gobierno de Donald Trump, lo que hay es una oportunidad de influir en los inexpertos futuros gobernantes.

Las ambiciones del próximo Gobierno mexicano parten de hechos históricos, no de realidades contemporáneas. López Obrador busca reeditar la vieja Alianza para el Progreso de los años 70 del siglo pasado, cuando la Unión Americana, con una visión asistencialista, aportaba recursos a América Latina a cambio del establecimiento de sus valores democráticos.

Con el caduco modelo del Desarrollo Estabilizador de hace más de 50 años en mente, López Obrador y la próxima administración pueden abrir las puertas a los planes de Donald Trump donde, efectivamente, deje de ver a México como un par y lo regrese a su posición de nación subordinada al amparo de grandes subsidios.
Estamos preocupados si la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) incluiría una cláusula de terminación cada cinco años o si la industria automotriz tiene que enfrentar cuotas de origen, cuando la realidad puede ser hoy mucho más preocupante que eso.

Hay una inquietante ausencia de Canadá en la ecuación negociadora del futuro gobierno de López Obrador, y eso abre la puerta a la estrategia de división que siempre ha tenido en mente el mandatario de los Estados Unidos.
No es un secreto que Donald Trump quiere aniquilar el TLCAN para dar paso a dos contrarios independientes con México y con Canadá. Divide y vencerás.

Si desembarca este dream team de Donald Trump con espejitos en la negociación con el gobierno entrante, pueden morder el anzuelo y cambiar algunos acuerdos cosméticos, que se parezcan a la Alianza para el Progreso de 1961, a cambio de las medidas proteccionistas que tanto ha buscado el gobierno actual de la Casa Blanca.

Por lo pronto, el caos en la colonia Roma Norte de mañana es una primera reunión de acercamiento. Cualquier decisión se tendrá que tomar después del 1 de diciembre próximo. Pero tan pronto como se suban al avión, empezaremos a ver los indicios de lo que viene.