Entre los enésimos problemas que supone ser entrenador de una selección cuya afición considera mejor de lo que es, Juan Carlos Osorio arrastra uno adicional: los peores índices de popularidad para alguien en su cargo a pocos días del Mundial.

Porque todos sus antecesores, sin excepción, han pasado de candidatos al Premio Belisario Domínguez a enemigos primordiales de la nación, en las escasas dos semanas que separan al debut de la eliminación mundialista. Dicho eso sin olvidar que el desempeño en el común de los partidos amistosos previos, ha sido poco dado para la ilusión.

Es decir, lo habitual es que una vez concluido el torneo para México se conviertan en villanos (si por haberse guardado los cambios, si por haber improvisado con quien no era central, si por haber decidido mal), pero cuando el certamen está por comenzar, días de fe y sueños de gloria, todo lo contrario.

La realidad es que Osorio nunca se recuperó socialmente de la goleada ante Chile en 2016. Si alguna vez supuso cierta esperanza esa metodología alternativa (por llamarle de alguna forma), si alguna vez se le pudo perdonar un currículum que parecía insuficiente para ocupar el banquillo tricolor, desde entonces ya fue imposible: camino inundado de suspicacia y falto de crédito, señalado y acusado, incluso con la más cómoda clasificación que se recuerde. Para colmo, cada que pudo emerge algún dato tranquilizador, como hubiera sido una buena Copa Confederaciones, se volvieron a hallar elementos para el agobio.

El resultado, que la despedida del sábado se convirtió en un repudio tan desafortunado como desproporcionado. Bien ha de saber quien me haya leído o escuchado hablar sobre la gestión del seleccionador, que no entiendo buena parte de sus determinaciones y ejecuciones: se valora el afán de innovación, como también la mesura de no pretender que se ve lo que nadie jamás ha visto.

En todo caso, celebraré con mucha intensidad si me equivoco. Siempre preferiré que brille México en un Mundial a tener la razón. No es cuestión de patriotismo -tampoco olvidemos que hablamos nada más de futbol-, es cuestión de afición y pasión.

Osorio llegará a Rusia tan respaldado por sus jugadores, como detestado por la nación a la que representa. Armado de lo que hay que no es ni mucho ni poco, en un futbol que jamás ha estado por encima de los 15 mejores del planeta: gran valoración si se considera lo bajo que se ubica el país en otros rubros mucho más trascendentes (educación, justicia social, seguridad, salud pública), pésima a la luz de lo que creemos que merecemos o de los miles que viajan con devoción a cada competición.

La mayoría de los males de este Tricolor vienen de antes de Osorio y continuarán tras él. Los que él ha propiciado son tema diferente: por esos habrá de ser juzgado y sólo cuando esto termine.

Respeto la postura de cada cual, pero a tan pocos días de un Mundial me gusta creer. ¿Por qué? A falta de una genuina respuesta, porque sí.

Twitter/albertolati

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