¿Quién lleva hoy la batuta del concierto europeo (27 naciones y 500 millones de personas) que en realidad parece un gran desconcierto? Como durante siglos en el pasado, vemos de nuevo las rivalidades entre la Francia de Macron, la Alemania de Merkel y la Gran Bretaña de May, que se va, y se va, y se va y aún no se ha ido, todas con enormes problemas internos y aguantando las muecas de escepticismo de los demás países miembros, cada uno de ellos con experiencias, miedos, tradiciones y objetivos distintos.

Es por eso que hasta ahora no se ha logrado una posición común frente a las guerras de Siria, Libia o el este de Ucrania. Nos enfrascamos en conflictos intestinos durante la crisis del euro o la llegada masiva de refugiados. No existe una política común de seguridad, y mucho menos una homologación fiscal. Todo se reduce a la prosa de la libre circulación de personas y mercancías. Frente a esta triste fragmentación de Europa, aún consciente de su potencial económico, intelectual y militar, se posiciona el imprevisible Donald Trump, dirigente del país más poderoso, rico e influyente del planeta.

Europa -donde muchos comparten la tesis del ex jefe del FBI, James Comey, de que Trump está incapacitado para gobernar- no puede quedarse con los brazos cruzados ante las posturas erráticas de corte aislacionista de Washington.

Y en este encuentro Europa-EU, actúa en primera línea el mandatario francés, Emmanuel Macron, que a pesar de ser 30 años más joven que Trump y tener el “cultural background” casi opuesto al de su colega, mostró en su pomposa visita de Estado a Estados Unidos que entre ambos hombres hay química al más alto nivel. Besos en la mejilla, abrazos cariñosos, gestos de afecto como el de Trump limpiándole la caspa del hombro de su invitado… las imágenes dieron la vuelta al mundo bajo el título “Bromance”.

Cuando acababa de ser elegido Presidente de Francia, Macron recibió de sus asesores un buen “tip” sobre cómo tratar a su homólogo estadounidense. Trump, le decían, desprecia a todo aquel que parece dócil o perdedor. La ideología no entra en juego en sus apreciaciones. De ahí que se mostraba casi extasiado ante el hombre fuerte de Rusia, Putin, o su colega chino, Xi Jinping.

“Make our planet great again”, la parodia macroniana del eslogan de campaña de Trump para rechazar la salida de EU del Acuerdo del Clima hizo sensación. Macron aprendió a “domar” al norteamericano, torcerle el brazo con sonrisas, convencerlo para que no retire a sus dos mil soldados de Siria, que no se salga del pacto nuclear con Irán, que le baje de tono a la guerra de aranceles o que no sea demasiado ingenuo frente a Moscú, porque en Europa a Rusia se le conoce mejor que del otro lado del Atlántico.

De momento, en el Viejo Continente el socio de Trump es, sin duda, Emmanuel Macron, una mezcla fascinante de elegancia y firmeza. El próximo viernes llega a Washington, Angela Merkel, pero es poco probable que entre la canciller y el inquilino de la Casa Blanca se tejan lazos de afecto. Hasta ahora, Alemania sólo ha recibido quejas por los presuntos injustos excesos en el intercambio comercial.

¿Y la primera ministra británica, Theresa May? La Señora May aún no logra salir de la trampa para elefantes en la que había caído, llamada Brexit.