Movimiento propio de todo mar, ciclo natural de cada historia, inevitable condición para ser humano, las generaciones se van cual oleaje en la Costa Brava que inicia en Barcelona.

Se van y no siempre con el reemplazo que se quisiera, y no siempre con la certeza de que lo siguiente será mejor o igual a lo que fue. Así deambula el Barça, renuente, aturdido, pretendiendo poner en pausa el presente: otro verano llegará en unas semanas y otra de las figuras del mejor equipo de su historia le dejará.

Andrés Iniesta aceptará una oferta para cerrar su carrera en China, con lo que quedarán sólo tres sobrevivientes del trabuco dirigido por Josep Guardiola: Lionel Messi, Gerard Piqué y Sergio Busquets.

Retirados o emigrados Xavi Hernández, Carles Puyol, Pedro Rodríguez, Víctor Valdés, Cesc Fábregas; añadido a ellos Iniesta; no es que ya nada vaya a ser igual: es que desde hace un buen rato, inclusive si se coronara en esta liga de manera invicta, ya nada es igual en el Camp Nou.

Aquella camada logró conquistar Europa en 2009 y 2011 hasta con ocho canteranos en la cancha (siete de inicio, uno más como relevo). Ese mismo lote de cracks que permitió al Barcelona el mayor lujo jamás visto en este deporte: disponer de hasta siete titulares del campeón del mundo, más Lionel Messi, cifra que ni el dominante Bayern Múnich consumara en la selección alemana de 1974.

Sin embargo, más allá de los números, vale la pena mencionar el impacto que su futbol tuvo: que los últimos dos monarcas mundiales se hayan caracterizado por su afán de tratar bien la pelota, de evitar a toda costa reventarla, de imponerse al rival primero con la iniciativa, refleja el legado de ese Barça. Hoy la mayoría, aun los más humildes, hacen lo posible por comenzar jugando desde abajo, buscan defensores más o menos capaces de arrancar una acción ofensiva, persiguen porteros que puedan usar los pies con cierta sensatez.

Ahí cambió el futbol, por mucho que otro de los mandamientos de Guardiola (la posesión) se mantenga bajo discusión, finalmente no todas las fórmulas son idóneas con todos los planteles y bajo todas las circunstancias.

En esa constelación que levantó trece trofeos entre 2009 y 2011, siempre tuvo un brillo especial Andrés Iniesta: genial, mágico, inventivo, sacrificado, hábil, clarividente, decisivo, se va no porque ya no tenga qué aportar, sino porque, entiende, la ley de vida ya no le da pauta para aportar todo lo que quisiera.

Al cabo de otros tres o cuatro años, los más jóvenes de la generación terminarán también por emigrar. Tras ellos quedará un bloque que seguramente continuará cosechando éxitos, aunque con refuerzos millonarios que pretenden solucionar la sequía de una cantera que ilusamente se pensó eterna.

¿Cuántos jugadores dignos de brillar en el primer equipo ha producido La Masía desde entonces? Poquísimos. Acaso Sergi Roberto, eficaz donde se le ponga más lejos de la selección, y Thiago Alcántara, cuyo futbol florece en Múnich.

Al final, los blaugranas habrán de resignarse a una lacerante realidad: que la inigualable camada dirigida por Guardiola, más que norma, fue excepción.

Bellísima excepción que podría llamarse como el título de un libro en ella basado: “Cuando nunca perdíamos”. Pero, ¿qué?, ¿no este Barça pierde incluso menos que aquél? Pues sí, pero no es igual y sin Iniesta lo será menos.

Twitter/albertolati

 

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